domingo, 18 de diciembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA - FINAL - (21)

Desen – cantando

Si había algo que nos había enseñado mi mamá era a leer y a escribir. No solo eso. También nos había enseñado a contar cuentos y a inventar poesías y canciones.
Nos había enseñado muy bien porque mi mamá era maestra y le gustaba mucho pero mucho leer.
Cuando yo era chiquita andaba con una bolsa llena de letras de colores y cada vez que la veía venir le preguntaba sobre alguna letra:
Mamá ¿esta es la “F” de fideos?
Sí, me decía y también de “farol”, de “flauta” y de “frutilla”
En esa época yo no sabía que mi mamá se iba a ir de viaje.
Tampoco sabía para qué me podía servir aprender a leer y a escribir, pero no me importaba porque las letras me gustaban mucho.
Pero ahora que Nicanor y yo nos habíamos dado cuenta de lo importante que era saber leer y escribir para defenderse de las brujas, yo estaba muy contenta de que mi mamá me hubiera enseñado tantas cosas.
Después de mucho pensar Nicanor y yo teníamos un plan.
Como a nosotros no nos daba nada de miedo perder el tiempo, decidimos llevarlo adelante a ver si conseguíamos de una vez, hacer desaparecer a la bruja.
No podíamos hacerlo solos, así que llamamos a muchos de nuestros amigos y se lo contamos y también a los vecinos, que eran una parte importantísima del plan.
Porque ya sabíamos que la bruja tenía miedo de los vecinos.
También se lo dijimos a papá. Pero no nos dijo nada.
Pasamos unos días escribiendo.
Otros pintando.
También hablando por teléfono invitando gente. A mi abuelita Amelia y a mi Tía Josefina, también.
Perdimos mucho tiempo, pero a nosotros no nos importaba porque no éramos brujos.
Para el Domingo a la mañana había un gran cartel en la puerta de mi casa que decía:
HOY DEBUT HOY
GRAN MURGA GRAN : “LOS VECINOS DE LA BRUJA”
Eran las 7 de la mañana cuando todos nos reunimos vestidos de colores y con los instrumentos que encontramos a mano, listos para empezar a cantar:
Se va , se va la bruja
Se va, se va en avión
Y ahora que yo le canto,
también se va en un camión.
Mañana muy tempranito
saldré por el barrio a pasear
a preguntarle a la gente,
si ha visto a la bruja escapar.
Si el cielo fuera tinta,
y el suelo fuera papel,
la echaría a la bruja,
y haría a mi mamá volver.
Cada vez más y más vecinos se acercaban y se ponían a bailar y a cantar .
Después de un tiempo de ruido y alboroto, salió mi papá todavía en pijama , bailando y tocando la flauta, todo desembrujado. Entonces supimos que estábamos ganando. Y también porque a la bruja no se la veía por ninguna parte. Ni a Carlota.
Ni las volvimos a ver nunca más.
No quedó ni rastro.
Ni los tapados.
Ni los fideos con tuco.
Nada.
Como faltaba poco para que volviera mi mamá los vecinos se turnaron entre todos para cuidarnos. Y así estuvimos bien.
Mi mamá volvió un mes después.
Pero nunca nos creyó nada.
Ni a mi.
Ni a mi hermano.
Decía que teníamos vocación de escritores y que cuando fuéramos grandes seguramente nos íbamos a dedicar a escribir cuentos.
Y eso fue verdad.
Al menos para mi.
Aunque mi mamá no fuera ni adivina, ni bruja, ni maga.

viernes, 9 de diciembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (20)

Miedo de bruja

La bruja no sabía esperar . Cuando quería algo lo quería “inmediatamente”.
Así decía:
“Vení acá, inmediatamente”
“Lavá los platos, inmediatamente”
“Levantá ese papel del suelo, inmediatamente”
“Terminá la sopa, inmediatamente”
A mi me daba mucho miedo y salía corriendo a hacer las cosas “inmediatamente”
Pero Nicanor no podía. Estaba siempre distraído o pensando en otra cosa y casi sin darse cuenta le contestaba:
“Ya vaaaaaa....” y no hacía nada.
La bruja empezaba a ponerse de todos colores.
Primero roja.
Después verde con estrellitas en los ojos.
Al final blanca como una hoja de papel.
No es que Nicanor no le tuviera miedo.
Le tenía tanto miedo que no se podía mover.
Más le gritaba la bruja, más miedo tenía Nicanor, menos hacía.
Menos hacía Nicanor, más blanca se ponía la bruja, más le gritaba.
Podían pasar así un día entero.
Me quedé pensando que también la había escuchado muchas veces decirle a mi papá:
- Señor, no me haga perder el tiempo.
El le contestaba siempre:
- Disculpe Usted.
También decía de mi abuela :
“No atiendo el teléfono porque la abuela de ustedes me hace perder el tiempo”
Así que anotamos en la lista de los miedos de la bruja “perder el tiempo”.
También nos acordamos de cuando la bruja se puso como loca con la sopa de letras y anotamos “leer y escribir” .
Volvimos al libro de fábulas a ver qué más había que hacer porque ya teníamos dos miedos de bruja y un montón de cosas a las que nosotros les teníamos mucho miedo.
Leyendo descubrimos algo que ya sabíamos pero no nos habíamos dado cuenta. El asunto ese de que a las brujas no les gusta para nada, para nada la música y que estaba requetecontraprohibidísmo cantar.
Estábamos discutiendo sobre esas cosas cuando sonó el timbre de la puerta. Era Octavio el vecino de al lado que quería saber si le podíamos prestar la revista del cable. Lo hicimos pasar para que no se quedara esperando afuera y justo en ese momento llegó la bruja que se había ido de compras mientras nos cuidaba Carlota.
AAAAAAAHHHHHHHH! Pegó un grito horrible ¿Qué hace este hombre aquí?
Es Octavio el vecino , le respondió Nicanor
¿Quién le dio permiso para entrar? me dijo mirándome fijo a los ojos y agarrándome del brazo. ¿No dije yo que a la casa no puede entrar NADIE sin mi permiso, y mucho menos un vecino?
Nicanor y yo nos miramos. Le di la revista a Octavio que se fue rápido y sin entender nada de nada.
- Menos mal que se fue. No dejen entrar a nadie nunca pero nunca más, repetía la bruja con un temblor en la voz.
Cuando nos quedamos solos anotamos: miedo a los vecinos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (19)

Apuro de bruja

- ¿Dónde estaban? , dijo la bruja con mucha cara de bruja. Ustedes tienen que estar siempre a la vista, donde yo pueda encontrarlos rápido si los necesito.
- ¿Adónde vamos?, le preguntó Nicanor.
- A ningún lado.
- Entonces , podemos seguir jugando.
- No
- ¿Por qué?
- Porque estoy apurada.
-Pero si no vamos a ningún lado.
- Eso que importa. Yo estoy apurada y ustedes tienen que quedarse acá sentados, por si tenemos que salir.
- Pero no vamos a salir.
- No
- Pero nunca se sabe y no quiero que me hagan perder el tiempo. En esta casa se hace lo que yo digo. Y yo digo que ustedes se quedan acá por las dudas.
No tenía ningún sentido hablar con la bruja cuando estaba así, pero a Nicanor no le importaba. Yo en cambio empecé a tener miedo de que la bruja nos encerrara en algún lado o nos embrujara con algo.
Les voy a traer la leche , dijo y se fue para la cocina.
- ¿Viste? me susurró Nicanor, la bruja tiene miedo de perder el tiempo.
- ¿Con qué? le pregunté sorprendida
- Con cualquier cosa.
Pensé.
Era cierto.

lunes, 28 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (18)

Escritos antibruja

Lo que el libro decía era que una de las formas de descubrir como hacer desaparecer una bruja era escribiendo en un cuaderno todas pero todas las cosas que nos daban miedo de ella.
Sí, así, como estoy haciendo en este libro.
Y también las cosas que la bruja hacía.
Decía algo más en lo que nunca había pensado.
Decía que también había que hacer una lista de todas las cosas a las que la bruja le tenía miedo.
Yo creía que la bruja no tenía miedo de nada. Que para eso le servía ser bruja. Para andar haciendo lo que tenía ganas sin que le importara nada de nada.
Nicanor y yo nos escondimos detrás de un sillón grande que había en la sala y empezamos a hacer una lista de las listas que teníamos que hacer.
Una lista de las cosas que nos daban miedo de la bruja.
Una lista de las cosas que la bruja hacía
Una lista de las cosas a las que la bruja les tenía miedo.
Muchas de esas cosas yo ya las había ido anotando en mi libreta. Esas que ustedes están leyendo. Podían faltar algunas así que le di lo que había escrito a Nicanor para que pensara él también. Pero a él no se le ocurría nada más.
Pasamos a la última.
¿Cómo saber a qué cosas le tenía miedo la bruja?
Volvimos a la lista de las cosas que la bruja hacía.
Alguna de esas cosas debía hacerlas porque tenía miedo, otras no.
Nicanor buscó un lápiz rojo porque se le ocurrió que así nos iba a quedar mejor.
La lista decía:
Teñirse el pelo
Comprar muchos tapados de piel
Guardar los tapados bajo llave
Llevar los tapados a enfriar en verano
Dormir mucho
Perder cosas
Reirse con risa de bruja
Cocinar fideos con tuco sin queso
Cocinar feo
Gastar mucha plata

No nos parecía que entre esas cosas hubiera algo que a la bruja le diera miedo.
Hicimos una lista nueva.
Esta era de las cosas que la bruja NO hacía.
Nunca.
Jamás de los jamases.
Comer chocolate
Cantar
Jugar
Ir a la plaza
Tomar sol
¿Sería posible que la bruja le tuviera miedo al chocolate o a la calesita?
- No puede ser, decía Nicanor, porque la bruja es un “grande” y los “grandes” no tienen miedo de nada.
- Pero acá dice que las brujas tienen miedo de cosas, le respondí
- Será miedo de dragones o cosas mágicas...
En eso andábamos cuando se nos puso la piel de gallina.
Habíamos escuchado un terrible grito de bruja.
De esos que te ponen los pelos de punta como si estuvieran con gel.
Era para nosotros.
Nos estaba buscando.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (17)

Con – fabulando

No tenía ni idea de por dónde empezar.
Estaba cansada y aburrida.
Me fui para el comedor.
Miré por la ventana. Nada.
Miré para arriba. Nada.
Miré a las paredes. Y vi. Algo que antes no me había importado mucho.
En el comedor de mi casa había una pared que no era pared.
Había una pared que era toda de libros.
Casi ninguno tenía dibujos.
Ni adentro.
Ni en la tapa.
Miré un rato. Largo.
Encontré un libro muy gordo y viejo que en la tapa decía:
Fábulas de ayer y de siempre
Tenía muchas letras pero también algunos dibujos.
Una de las fábulas se llamaba, (aunque ustedes no lo crean y yo tampoco): Mil y una formas de hacer desaparecer una bruja.
Algunas cosas eran imposibles de hacer como por ejemplo exprimir 12000 naranjas y hacer que se tomara el jugo, o también hacer un muñeco de nieve, vestirlo con su ropa preferida y derretirlo con el secador de pelo.
Estaba también gritarle: ¡Sos una bruja! delante de todo el mundo sin que te diera miedo.
No, eso tampoco. No me iba a salir.
Lei durante un buen rato buscando encontrar que alguna de las 1000 formas coincidiera con algo que yo en verdad pudiera hacer.
Hasta que llegué a la forma 999.
Lo que decía no podía ser cierto.
Era demasiado fácil.
Demasiado simple.
No podía funcionar.
Se trataba solo de escribir y cantar.
Aunque en ese momento me acordé de la sopa de letras y del miedo que a las brujas les daban los cuadernos y los lápices y los libros y las palabras.
Y una vez más pensé acerca de lo útil que era saber leer y escribir para defenderse de las brujas.
Corrí a buscar a Nicanor.
La idea no le gustó mucho porque a él escribir no le gustaba para nada.
Pero me dijo que si porque él también estaba harto, requeteharto de la bruja.

jueves, 17 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (16)

Una amiga que no era bruja

Intentaba hablar con mi papá sobre la escuela pero no conseguía nada.
Cuando me venía a buscar al colegio le mostraba los cuadernos y él daba vuelta las hojas diciendo siempre: ¡Muy lindo! ¡Muy lindo!
No todas en la escuela eran brujas.
Algunas no.
Yo ya sabía darme cuenta quién era bruja y quién no.
La maestra Teresita no.
La de dibujo sí.
Tenía algunas compañeras brujas. Otras no.
Mi compañera de banco era simpática. Se llamaba Marita y no era bruja.
Estaba siempre contenta y nos reíamos mucho.
Por eso le conté todo.
Porque nos habíamos hecho amigas y uno le cuenta las cosas a los amigos.
Un día me hizo una pregunta que no le supe contestar:
- ¿Habrá alguna forma de hacer que se vaya la bruja?
- ¿Qué se vaya y no vuelva nunca más? No sé. Creo que no.
- Pero, ¿tu papá que dice?
- ¿Mi papá? Casi no habla. Dice pocas cosas. Me parece que está embrujado.
Marita se quedó pensando con preocupación. Y yo también.
Pensé.
Pensé.
Pensé.
Me fui a dormir.
Me levanté al día siguiente y pensé.
Pensé un poquito más.
Y como no se me ocurrió nada de nada. Lloré.

domingo, 13 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (15)

Sopa de letras

Nunca me había dado cuenta.
Tardé bastante en notarlo.
La bruja no sabía ni leer ni escribir.
No sabía.
Hacía de cuenta.
Se ponía los anteojos y decía palabras raras que a los que estaban embrujados les parecían bien, pero a mi no.
Empecé a sospechar un día en que la cocinera, que como les dije también era bruja y tampoco sabía leer, sin darse cuenta hizo sopa de letras.
Nicanor y yo empezamos una guerra de palabras.
- Escribí “pez” , me mostraba.
- Y yo “sapo”, ¡Mirá!
Al rato el borde del plato estaba lleno de palabras largas y cortitas, mojadas de caldo, pegoteadas bien parejitas.
¿Qué es eso que están haciendo? dijo la bruja y enseguida gritó: ¡Carlotaaaaaaa! ¿Qué tiene la sopa? ¿Qué son esas cosas con las que juegan los chicos?
- No sé, fideos de sopa, le decía la cocinera sorprendida.
Nicanor abrió la boca para decirle que eran letras, pero yo le pegué un codazo y se calló.
Lo miré con cara desesperada y le hice que no con la cabeza.
Para mi sorpresa cerró los ojos como asintiendo.
Antes de irnos a dormir me dijo:
- Hoy estuve comiendo dulce de leche en lo de la Tía Josefina.
Desde ese momento esperaba el momento de quedarme a solas con él para ponernos de acuerdo pero era muy difícil porque la bruja nos tenía muy controlados.
“Los chicos tienen que estar siempre ocupados. Yo no les dejo un minuto libre.” decía cada vez que hablaba con alguna de sus amigas brujas.
Era verdad.
Desde que la bruja estaba en casa, no solo tenía que ir a la escuela, sino también a estudiar inglés y guitarra y al club.
A mi hermano Nicanor lo habían anotado en unas clases de judo de las que venía siempre lleno de moretones.
Pero ahora habíamos descubierto algo muy importante.
Lo útil que era saber leer y escribir para defenderse de las brujas.

jueves, 10 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (14)

Brujas en la escuela

Algo se debe haber sospechado la bruja porque un día de repente abrió la puerta de mi cuarto y se río.
Después se puso seria y me dijo:
- Te vamos a cambiar de escuela.
Esa tarde fuimos a comprar el uniforme nuevo para la escuela nueva.
Me trajeron un delantal marrón clarito. Horrible. Enorme.
- ¿En qué escuela usan esto?, pregunté
y también protesté:
- ¡Me queda enormeeeeee......!
- Una escuela para gente distinguida, elegante, de buena clase social, en fin de gente como yo, me respondió mientras se miraba al espejo y se acariciaba el pelo, que ese día era de color negro con reflejos plateados.
Entonces me di cuenta de que me iba a mandar a una escuela llena de brujas.
Se lo quise decir a mi papá.
Aproveché para decírselo a la hora en que la bruja dormía la siesta.
Pero ese día estaban dando San Lorenzo vs. Huracán en vivo por la tele y también por la radio.
- No me quiero cambiar de escuela papá
- ¡Gooooool!
- Porque seguro que va a estar lleno de brujas ahí.
- ¡La hora, referí! ¡La horaaaaa!
- Y yo estoy contenta ahí en donde estoy. Tengo muchos amigos.
-¡Penal! ¡Penal! Justo en el último minuto ¡Penal!
- ¿Me escuchaste papá? ¿Estás de acuerdo?
- Sí nena, sí.
Me quedé tranquila y me fui a dormir. Sin embargo al día siguiente me despertó la bruja con el delantal marroncito en la mano diciendo:
- Apurate que tu padre te lleva a la escuela.
Media hora después pasaba por debajo de una puerta enorme de madera que llevaba a un enorme patio lleno de chicas con delantales marrón clarito que se reían fuerte, con risa de bruja.

viernes, 4 de noviembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (13)

Dulce de leche mágico

Mi Tía Josefina no compraba dulce de leche.
Lo hacía ella.
En su cocina.
Con su cuchara.
En su ollita a presión.
Yo no sabía por qué, pero después lo supe.
Era su arma secreta.
- Comé dulce de leche Pablo, le decía mi Tía a mi papá.
Pero mi papá que estaba embrujado le contestaba: ¡Muy lindo, muy lindo! Y no comía nada.
Tampoco mi hermano Nicanor. Porque en cuanto se acercaba a la cuchara la bruja pegaba un grito:
- ¡Ni se te ocurra! ¡Te vas a enfermar!
Como yo ya sabía esperaba a que mi Tía me guiñara un ojo y decía:
- Voy a la cocina a ayudar a la Tía a secar los platos.
Y eso estaba muy bien. Parecía embrujada.
Una vez lejos de la bruja buscaba una cuchara de sopa y me comía como tres, llenas del dulce de leche de Josefina.
Enseguida sentía un calorcito en el pecho y me ponía de muy buen humor.
- ¿Cómo podemos hacer para que papá y Nicanor también coman dulce de leche Tía?
Le pregunté bajito.
- No sé, me dijo, hay que esperar a que esté distraída.
Desde ese día empecé a pensar cómo hacer para distraer a la bruja.

jueves, 27 de octubre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (12)

Objetos perdidos

A las brujas se les suelen perder muchas cosas.
Porque están siempre muy distraídas pensando brujerías.
Perder cosas las hace poner de muy mal humor.
Uno sabe que una bruja es una bruja porque cuando una bruja pierde algo anda muy pero muy enojada y le echa la culpa al primero que pasa por adelante.
- ¡ Fuiste vos!, le grita ¿Dónde está? ¿Dónde lo pusiste?
O lo que puede ser muchísimo peor: ¡Yo te lo di ! ¡Devolvémelo!
En esas situaciones lo mejor es salir corriendo y esconderse rápido en algún lugar muy pero muy escondido a esperar a que la bruja se distraiga con otra cosa y se olvide.
La bruja que vivía en mi casa perdía cosas todo el tiempo.
Las encontraba y las volvía a perder.
Todo el tiempo.
Para saber en qué momento tenía que salir corriendo me hice una lista de las cosas que solía perder la bruja:
La tijera del costurero
El pañuelo amarillo
La cucharita de plata (alguna de las doce que tenía)
El peine
El alfiler de gancho
Los anteojos de sol
El tapón de la bañadera
El repasador de pintitas
El sacacorcho
Las llaves
La lima de uñas
El costurero (todo entero)
Pueden usar mi lista o hacer la suya propia. Lo condición para saber si el objeto perdido es de una bruja es que cuando escuches:
¿Dónde está el/la (rellenar con algo de la lista)............................... ?
te dé un dolor de estómago muy fuerte y muchas ganas de salir corriendo a esconderte en ese lugar en donde vos sabes que nadie, pero nadie, te va a encontrar.

domingo, 16 de octubre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (11)



Costurera sin dedal

A las brujas no les gusta hacer las cosas de la casa.
Si no les queda más remedio las hacen.
Pero las hacen mal.
Apuradas y enojadas.
Protestando.
Pensando en vengarse.
Por eso las brujas cocinan feo.
Todas las tortas les salen chatas.
Y las empanadas sin juguito.
No saben planchar.
Se les secan todas las plantas, porque no las riegan.
Nunca jamás hacen la cama.
Ni limpian los vidrios, que se van llenando de telarañas.
Y lo que es mucho, pero mucho peor, no saben ni coser un botón y cuando cosen, cosen siempre, pero siempre sin dedal , porque a las brujas no les importa pincharse los dedos, porque tienen dedos de bruja.
Un dedal es como un sombrerito que se le pone al dedo cuando uno quiere coser lindo y prolijo.
Pero a las brujas no les importa que los dobladillos les queden derechos, o que los nombres bordados en los delantales les queden parejitos.
Mi Tía Josefina que tenía una máquina de coser a pedal y una caja de madera con montones de botones, de lentejuelas y de hilos multicolores me había enseñado un verso que decía así: “Costurera sin dedal cose feo y todo mal”
Por eso cuando la veía coser feo y todo mal yo sabía qué era una bruja.
Gracias a mi Tía Josefina, que, como ya les dije tenía un arma secreta contra las brujas.

jueves, 13 de octubre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (10)

Risa de Bruja

Algo bien sabido por todos es que las brujas tienen risa de bruja.
No sonrisa, risa.
Porque las brujas nunca se sonríen.
Solo se ríen.
La risa de bruja no es una risa como la de la gente normal.
La risa de bruja es una risa que te da miedo.
La bruja se ríe y vos sabes que no es que está contenta o de buen humor o que algo le causó gracia.
No.
Cuando una bruja se ríe es porque te está por hacer algo terrible y se ríe de vos.
Estos son los distintos tipos de risas de bruja que fui registrando en mi libreta y que espero te ayuden a reconocerla en caso de tener alguna bruja en los alrededores:
JAJAJEJEJIJJOJOJUUUUUUUUUUUU
AAAJAJAJAJAAAAAJAJAJAJAJAAAAAJAJAJAJAIIIIIIJIJIJIJIJI
JajajajJAJAJAJjejejeJEJEJEJEJEjijijiJUUUUJUUUU
Ajaja – ajaja – AJAJA – AJAJAJAJAJA - AJAJAJAJA
Juajajaiiiii – Juajajiiiiiiiiii - Juajarajuajrajuajarajoooooooooo

domingo, 9 de octubre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (9)

Antídotos

Lo primero que aprendí es que había antídotos contra los embrujamientos de las brujas.
Algunos estaban dentro de la larga lista de cosas prohibidas, de esas que uno no sabía bien por qué estaban prohibidas, como por ejemplo el chocolate y el queso rallado.
Lo del queso rallado me lo había enseñado mi abuelita que, para que la bruja no se diera cuenta, lo ponía siempre debajo de los fideos con tuco y nunca por encima, como hacía toda la gente.
Pero a veces en mi casa no había queso de rallar, entonces yo me ponía a patear y chillar diciendo que los fideos con tuco me daban asco y que no los podía comer, hasta que al final me mandaban a mi cuarto sin cenar.
También el chocolate era bueno como antídoto, pero en mi casa nunca había porque la bruja decía que hacía mal al hígado.
Un día me di cuenta de que un gran antídoto contra muchos embrujos era cantar.
“No hagas ruido” , me decía la bruja .
O
“Sos una desentonada”
Pero era para que no cantara.
A veces cuando cantaba se empezaban a desembrujar también mi hermano y mi papá y todos nos reíamos mucho y pasábamos un buen rato.

domingo, 2 de octubre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (8)

Las brujas son vagas y les gusta dormir

Mi libreta secreta estaba cada vez más llena de datos e instrucciones acerca de cómo reconocer una bruja y qué hacer para no terminar embrujado o cocinado o congelado.
La hora de la siesta era mi momento preferido para tomar notas porque a esa hora ella siempre, pero siempre estaba durmiendo.
Todos sabemos que la madrastra de la Cenicienta le mandaba a hacer todas las cosas de la casa a ella, pero lo que no todos saben es qué hacía la madrastra mientras no estaba planchando ropa o lavando platos.
Sin embargo yo se los puedo contar, si es que van a guardar el secreto.
No hacía nada.
A las brujas les encanta no hacer nada o dormir, que es como no hacer nada, pero mejor.
Se encerraba en su cuarto diciendo que tenía mucho trabajo.
Yo la espiaba por el ojo de la cerradura y veía como se metía en la cama y , de a poco se iba quedando dormida.
A eso de las siete se despertaba y me llamaba:
- ¿Está lista la cena? ¿Terminaste de cocinar?
Después lo llamaba a Nicanor:
- ¿Sacaste la basura?
- ¿Te ordenaste el cuarto? ¿Hiciste los deberes?
Nicanor como siempre no había hecho nada y ella se ponía enojada y furiosa.
Ahí se daba cuenta de que algo no funcionaba bien en sus hechizos y se levantaba haciendo volar su largo saco de bruja que parecía como una capa voladora mientras iba por el pasillo que llevaba hasta la cocina.
- Hoy vamos a comer fideos con tuco , anunciaba .
Y yo sabía que tenía que ponerme a preparar el antídoto porque nos iba a embrujar a todos otra vez.

lunes, 26 de septiembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (7)

Parecer embrujada

Una de las cosas más importantes que hay que hacer una vez que uno sospecha que está viviendo con una bruja o que una bruja muy poderosa se ha metido en su casa, es parecer embrujado de manera que, la bruja en cuestión, no se moleste en andar reforzando hechizos o haciendo embrujos nuevos.
Lo segundo, casi tan importante como lo anterior, es averiguar cuántas otras brujas hay en la casa o en los alrededores.
Me contaron que a veces hay también maestras o directoras que son brujas.
También puede ser bruja la vecina.
O la esposa del encargado del edificio. Esa que no te deja entrar con la bicicleta. Esa.
Como les dije al principio parecer embrujada es muy importante y bastante fácil de conseguir.
Hay que hablar poco y decir todo que si.
Porque las brujas son malas pero no son inteligentes. Son demasiado orgullosas como para ser inteligentes.
Uno puede decirles mentiras fáciles de descubrir como:
¡Qué bien te queda ese vestido!
De esa manera la bruja puede llegar a pasar una tarde entera mirándose al espejo complacida, dejándonos bastante tiempo libre.
Se puede parecer embrujado mirando mucha tele, teniendo el cuarto ordenado y mostrándose siempre servicial.
Sacar la basura sin protestar, es porque estás embrujado.
Lavar los platos sin que te lo pidan es porque estás embrujado.
Tener buenas notas en la escuela, estás embrujadísimo.
Decir hoy no tengo ganas de ir a la fiesta de cumpleaños de mi compañera de banco, cien por cien bajo control.
Me daba cuenta de que iba bien cuando escuchaba que le decía a otras brujas:
- La nena es un amor. Se porta re bien. No da nada de trabajo.
“No da nada de trabajo” en la jerga de las brujas quiere decir “no me cuesta nada mantenerla haciendo lo que yo quiero”.
Esas conversaciones me ayudaban también a saber quiénes eran brujas y quiénes no.
Mi abuelita Amelia, no, por ejemplo.
Mi abuelita Amelia siempre le decía:
¿Por qué la nena no va a la plaza? ¿Por qué no la dejás subirse al tobogán?
Y todas cosas así, de esas que estaban prohibidísimas.
La bruja nunca quería hablar con ella.
- Decile que no estoy , me decía cuando la llamaba por teléfono.
Yo le decía:
- No está
Y mi abuelita Amelia no le creía. Entonces yo me daba cuenta de que no estaba embrujada y de que podía contar con ella.
Con ella y con mi tía Josefina, que tenía un arma secreta contra las brujas.
Pero eso se los voy a contar después.

martes, 20 de septiembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (6)

Sin palabras

A esta altura ustedes se preguntarán que cómo se había metido la bruja en mi casa.
Yo también.
Nunca supe como consiguió el trabajo.
Sería porque mi papá estaba siempre muy ocupado.
Y cuando estaba no escuchaba, ni hablaba casi nada.
Decía: “ sí” , “como no”, “bueno” y “ahora voy” .
Decía también otras cosas cuando era fin de semana como por ejemplo: gol, partido, pelota, referí y penal.
A veces ella le decía:
- Deme plata.
El metía la mano en el bolsillo y le daba.
Pero cuando lo quería hacer yo no funcionaba.
Mi papá me miraba de reojo y me decía :
- ¡Muy lindo, muy lindo! Y seguía haciendo lo que fuera que estuviera haciendo.
Al principio yo creía que era en serio, porque lo decía cuando le llevaba mi cuaderno lleno de muy bien dieces. Pero después empecé a probar con otras cosas:
Un dibujo mamarracho.
Una banana mordida.
Un huevo duro.
Una camiseta de huracán
Ahí fue que me di cuenta.
Que no podía ser. Que era mentira.
Una camiseta de huracán no.
El mismo me había enseñado cuando yo era muy chiquita a cantar:
¡Ciclón, ciclón qué grande sos!
Entonces empecé a prestar atención y me di cuenta de que a mi papá le faltaban un montón de palabras.
Ese día decidí que algo había que hacer aunque no sabía bien qué.
Yo era la única a la que todavía no había podido embrujar.

lunes, 12 de septiembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (5)

Caramelos embrujados

Algunas cosas estaban requete prohibidas.
No se podía. Así de simple.
Era una lista larga.
Enorme. Imposible de memorizar.
Una lista de cosas que no se podían.
No se podía ir a la plaza.
No se podía subir a la hamaca .
Mucho menos al sube y baja.
No se podía estar despierto de noche.
Nunca.
Ni para año nuevo.
No se podía comer chocolate. Ni siquiera con la leche.
No se podía invitar amigos.
Mucho pero mucho menos, ir a la casa de ellos adonde nadie nos podía vigilar.
Pero había algo que estaba requetecontrasuperprohibidísimo: comer caramelos de la bolsa prohibida.
Decía que era porque se te iban a caer todos los dientes.
Pero era mentira.
Yo tenía muchas amigas que tenían dientes y comían caramelos y chicles.
Me olvidé de contar que los chicles también estaban requetecontrasuperprohibidísimos, pero esa es otra historia.
Después del día del niño envuelto Nicanor no quiso comer más carne. Nunca. Ni siquiera cuando lo obligaban y esperaban a que se metiera el tenedor en la boca.
Juntaba, juntaba, y cuando nadie lo veía...puaj...escupía la bola gris de carne masticada y se la guardaba en el bolsillo para tirarla después a la basura.
Nicanor andaba con un hambre terrible.
Porque en casa lo único que Carlota hacía de comer era carne.
Y no había quién le sacara de la cabeza que nos estábamos comiendo a algún vecinito.
Hasta que un día no pudo más y buscando algo que comer se encontró la requetesuperprohibidísma bolsa de caramelos, riquísmos, envueltos en papel dorado y se la comió entera.
Lo vi venir feliz, con la boca toda pegoteada y las manos sucias.
¿Querés jugar a los autitos? le dije, porque eso sí se podía. Me di vuelta para buscar la caja y escuché un :
¡Guácala!
Era Nicanor. Vomitaba de colores.
Verde
Rojo
Azul
Amarillo
Violeta con pintitas
El piso parecía un arcoiris.
Enseguidita nomás apareció la bruja. Porque, después aprendí que cuando un encantamiento se activa, ellas se dan cuenta.
- ¡Los caramelos! gritaba
- ¡Te comiste los caramelos! ¡Mis caramelos!
Se fue a la cocina y volvió con un vaso enorme de leche blanca, fría, horrible, sin azúcar, ni nada, leche, pura leche.
- Tomate esto Nicanor .
Y se la tomó.
Enseguida se puso bien del estómago.
Pero desde ese día a Nicanor le gustaba la leche sola, fría, sin azúcar, ni chocolate, ni nada. Un asco.
Y se la tomaba.
Y me decía: ¡Qué rica la leche!
Y yo sabía que ella lo había embrujado.

sábado, 10 de septiembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (4)

Brujas en la cocina

Un día mi hermano sin darse cuenta se lo dijo: “Tenés cara de bruja”.
Ella soltó una risa espeluznante, chillona, bien de bruja, que hizo que se me pararan todos los pelos y después se puso seria y lo miró.
- ¡Cómo se te ocurre una cosa así! ¡Mirá si te escuchan los vecinos!
No sé muy bien que pasó después pero mi hermano andaba muy preocupado.
Un día que la cocinera estaba haciendo niño envuelto entró como desesperado a mi cuarto y me empezó a sacudir:
¡Nos vamos a comer un niño! ¡Nos vamos a comer un niño! ¡Nos vamos a comer un niño!, repetía con la cara blanca de susto.
Lo convencí de volver a la cocina y de que seguramente había escuchado mal.
Carlota, la cocinera tenía unas uñas largas, rojas y pinchudas, tan afiladas que no necesitaba cuchillo para cortar finita la carne. A mi me parecía normal porque siempre había sido así.
Ella también era una bruja.
Porque las brujas, siempre están rodeadas de otras brujas. Pero en ese momento yo no lo sabía.
Pero lo que si sabía es que Carlota también me daba miedo.
Le pregunté haciéndome la distraída: ¿Qué hay de comer?
Se dio vuelta y mirando a los ojos a mi hermano respondió lentamente:
N-i-ñ-o-e-n-v-u-e-l-t-o-
Mi hermano pegó un grito terrible y salíó corriendo.
Ella lanzó una de esas risas que yo solo había escuchado en las películas.
Nadie supo en dónde estaba Nicanor hasta la noche muy tarde. Pero lo cierto es que ese mediodía hubo un cambio de menú y comimos ñoquis.

lunes, 5 de septiembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (3)

Ropa de bruja

Usaba unos tapados de pieles de esos muy peludos, parecidos a los de Cruela de Vil.
Decía que tenía mucho frío, que era por eso.
El ropero en donde los guardaba tenía un terrible olor a naftalina, que son esas bolitas blancas que se usaban antes para matar a las polillas. Yo creía que era por eso. Pero no. Era solo un truco para que nadie se diera cuenta.
Lo descubrí un día que me animé a entrar a su pieza porque no había nadie y la ventana estaba abierta. Me acerqué al ropero y escuché unos ruidos muy raros. Se me ocurrió mirar por la cerradura. Un montón de animales peludos iban y venían tratando de acomodarse como podían en el espacio que les quedaba libre. Porque había que decirlo. Cada vez había más. Decía que ninguno la abrigaba suficiente y por eso traía un tapado nuevo todos los meses.
Era un misterio. Nadie sabía bien de dónde los sacaba.
Durante el verano se los llevaba a una cámara frigorífica y los congelaba. Decía que era para que no se arruinaran pero mucho después supe que era para que no se escaparan.
Desde ese día, desde el día en que descubrí que tenía esos animales encerrados ahí, andaba con mucho miedo de que se enojara conmigo y me convirtiera en tapado de piel.
Intenté avisarle a mi papá que la señora que estaba en casa para cuidarnos mientras mamá estaba de viaje era una bruja, pero no me creía. Porque a los chicos los grandes no les creen . Cosas de chicos dicen.

sábado, 3 de septiembre de 2011

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (2)

Pelo de bruja

A la bruja que yo conocía le gustaba cambiarse el color de pelo.
Fue por eso que empecé a sospechar, aunque ella decía que iba a la peluquería.
Pero era mentira. Yo la vi. Entraba al baño con el pelo rubio y al rato salía con el pelo rojo.
La espiaba desde la ventana de mi cuarto que daba al patio.
No solo se cambiaba el color.
También el peinado.
Un día lo tenía largo hasta la cintura y al día siguiente cortito y con rulos.
Decía que usaba pelucas. Pero no era cierto porque nunca, nunca, nunca me dejaba tocarle el pelo. Ni bien alguien se le acercaba pegaba el grito:
- ¡No me despeines! ¡No me toques el pelo que me acabo de poner esprai !
A veces estaba tan distinta que no la podía reconocer.
Un día la vi entrar en mi escuela con el pelo rojo y parado como un cepillo.
Estaba jugando con mi amiga Cecilia cuando la vimos:
- AAAAAAHHHHHHH!!!!!!!!!! ES UNA BRUJAAAAA!!!!!! gritamos las dos al unísono.
Pero nadie nos creía, porque a los chicos nadie les cree, así que todos los adultos nos miraron con indignación. La bruja se empezó a reír con esa risa que yo le conocía que no era de risa sino para hacerse la distraída:
- Pero qué cosa estas chicas las cosas que dicen...JAJAJAJA, JIJIJIJI, JUJUJUJU...
Y todo así hasta que nos quedamos solas las tres y la cara se le puso negra y de los ojos le empezaron a salir unos rayos de colores que rebotaban en los vidrios.
- ¡¡¡¡¡¡Cómo se te ocurre decirme BRUJA delante de todo el mundo!!!!!! ¡¡¡¡¡Mocosa impertinente!!!!!
Por lo que rápidamente me di cuenta de que podía decirle BRUJA , pero nunca, nunca, delante de un extraño.
Ese día anoté en mi libreta secreta:
No decir bruja a la bruja delante de otra gente, excepto que estemos entre otras brujas. (AVERIGUAR QUIEN ES BRUJA Y QUIEN NO)

INSTRUCCIONES PARA RECONOCER A UNA BRUJA (1)

Era una bruja.
No había ninguna duda.
Aunque a veces se disfrazaba y parecía que no.
Tenía una nariz ganchuda y torcida, bien de bruja, y en la punta tenía también una verruga chiquita y arrugada, bien de bruja.
Andaba por el barrio vestida como una más.
Venía a trabajar como una más.
Porque la gente no se da cuenta de quién es bruja y quién no.
Se confunde.
O se deja hechizar, que es lo mismo.
Cuando uno está hechizado piensa que es mentira lo que es verdad y que es verdad lo que es mentira.
La cabeza se le hace un lío y se olvida las cosas.
Por eso es muy importante saber cómo se hace para darse cuenta de quién es bruja y quién no.

jueves, 14 de octubre de 2010

Buscando al Hada Saltarina

Entre todas las hadas del bosque Saltarina era la que estaba más ocupada. Gracias a ella se encendían las estrellas a la noche y los pichones perdidos volvían a sus nidos a la hora de dormir.

Las ranas de la laguna la miraban con envidia y a escondidas practicaban todas las piruetas que la veían hacer saltando y danzando por el aire.

Muchas flores se volvían más altas al verla pasar de tanto que se estiraban para contemplar cómo llevaba el polen de unas plantas a otras haciendo nacer a su alrededor pimpollos multicolores.

Hasta la lluvia esperaba que Saltarina tuviera tiempo de subir el sol para hacer surgir de la oscuridad un brillante arco iris al pie del cual, todos lo animales del bosque iban a pedir sus deseos.

Saltarina estaba siempre muy atareada y no se daba cuenta de la felicidad que dejaba a su paso, ni de lo importante que era para todos los habitantes del bosque.

A veces le dolían los pies de tanto andar en puntas y se iba a descansar a la orilla del arroyo. Se sacaba las zapatillas y metía los pies en el agua mientras los pececitos nadaban haciendo burbujas a su alrededor.

Mientras descansaba los peces la llamaban: ¡Saltarina! , pero ella no escuchaba porque se distraía contemplando las mariposas que volaban. ¡Qué bueno sería ir de un lado para el otro sin tener que saltar para llegar al cielo!, pensaba y se entristecía un poquito.

Si fuera mariposa, se decía, no tendría que andar esforzándome tanto y todos disfrutarían con tan solo verme pasar. En cambio yo, me esfuerzo todo el tiempo y nadie se da cuenta de mi presencia.

Y así, a pesar de que todos en el bosque la querían, el Hada Saltarina se sentía sola y estaba convencida de que nadie notaba todas las cosas buenas que hacía.

Un día, mientras ella descansaba en el arroyo, llegó al bosque un erizo. Tenía el cuerpo lleno de púas pinchudas. Era redondo como una pelota. Venía viajando de muy lejos y estaba muy cansado. El no tenía otra forma de andar que arrastrarse con sus patas cortas por el suelo y por más que levantara la mirada era muy difícil que viera algo más que las raíces de los árboles y las plantitas del borde del sendero.

Al llegar al bosque de Saltarina se sintió muy bien, porque todo estaba cuidado y ordenado. ¡Qué lindo lugar para hacer una siestita! , se dijo. Y sin pensarlo dos veces se durmió en el medio del camino.

Saltarina se alejó del arroyo mientras perseguía una mariposa de alas lilas con manchitas verdes que le había llamado mucho la atención. De golpe la mariposa se posó en una rama muy alta de un árbol y ella sin pensarlo dos veces, pegó un salto más alto aún, para verla de cerca:

¡Hola Mariposa , le dijo, bienvenida a mi bosque!

Pero al bajar, ¡qué dolor! Sus pies descalzos cayeron sobre el erizo que dormía plácidamente en el camino.

¡Ay! ¡Mis pobres pies! Lloraba Saltarina ¿Quién puso acá esta pelota pinchuda? ¿Qué hace este monstruo en mi bosque? ¿Cómo puede ser que lo hayan dejado entrar?

Saltarina lloraba y gritaba, gritaba y lloraba.

Tanto lloraba que el erizo se despertó de su profundo sueño y empezó a hablar en lenguaje de erizo, que era el único que sabía, diciendo:

¿Quién me pisó mientras dormía?

Saltarina indignada y enojada agarró al erizo a patadas para tratar de sacarlo del bosque. Pero más le pegaba y más se llenaban sus pies de púas afiladas.

El erizo, no sabía qué hacer para disculparse pero no podía dejar de pinchar, porque estaba en su naturaleza de erizo. Rodando, rodando se escondió debajo de una piedra y allí se quedó espiando lo que sucedía.

Saltarina tenía todos los pies lastimados y estaba muy enojada con los animales del bosque porque pensaba que ellos tenían la culpa de todo por haber invitado al erizo a visitarlos.

¡Cómo puede ser que nadie haya pensado que me podía pinchar!

Triste y dolorida se subió a un árbol muy alto y se quedó dormida.

Cuando se despertó, a la mañana, seguía muy enojada. Le dolían los pies pero no quería pedir ayuda a ninguno de los animales. Ya no podía saltar, de modo que, seguramente, a nadie le importaría nada de ella.

Me voy a quedar a vivir en el árbol y no voy a bajar nunca más, pensó mientras miraba cómo el día iba despertando a las flores que ya la estaban esperando para desayunar y cómo las mamás dejaban a sus pichones en el nido para ir a buscar comida sabiendo que Saltarina los iba a cuidar.

Al mediodía todos en el bosque se habían dado cuenta de que Saltarina no estaba por ninguna parte. Nadie sabía muy bien qué había pasado. Preocupados se organizaron en grupos para salir a buscarla:

¡Saltarina! ¿Dónde estás?, gritaban a coro. Pero no había respuesta.

Mientras tanto el erizo, que seguía escondido, no se animaba a salir para contar lo que había sucedido.

A la noche todo el bosque se había reunido en asamblea. Discutían y discutían pero no se ponían de acuerdo en nada. El conejo decía que si el Hada Saltarina no aparecía él podía saltar un poquito.

¡Qué vas a saltar vos!, le respondía la langosta, yo tengo patas más largas y soy más flaca.

Luego de muchas horas de discutir, llegaron a una sola conclusión: el bosque no sería el mismo sin ella y nadie podría reemplazarla. Entristecidos decidieron regresar a sus hogares y muchos se pusieron a llorar porque la querían mucho.

Justo en ese momento, el erizo decidió salir de su escondite:

- Perdón , dijo en lenguaje de erizo y todos se asustaron un poquito.

- Yo sé lo que le pasó al Hada Saltarina

Un ¡Ooooohhhhhh! de exclamación llenó todo el bosque.

- Todo es culpa mía. Estaba durmiendo en el camino y ella me pisó.

¡Ooooohhhhh! volvieron a decir todos los animales.

- Pero no fue con mala intención. Es que yo soy así. No lo puedo evitar.

Todos se pusieron a hablar al mismo tiempo. A cada uno se le ocurría una idea distinta. Algunos pensaban que Saltarina se había escondido, otros que se había ido para siempre..

Finalmente habló la lechuza que, como todos saben, es el animal más sabio de los animales del bosque:

- Si no está en el suelo, de seguro está en el cielo.

Ooooohhhhh!!!!! Volvieron a exclamar todos los animales al mismo tiempo.

- Si en el piso no aparece, una escalera se merece, terminó diciendo mientras giraba la cabeza en todas direcciones para que todos la escucharan bien.

Este es momento de aclarar a los lectores que en los bosques no hay escaleras y mucho menos en el bosque del Hada Saltarina en donde las escaleras no hacían falta para nada.

- Si cada uno se sube a hombros del otro en algún momento seremos altos como los saltos de Saltarina, propuso el zorro, acostumbrado a sortear dificultades para salirse con la suya.

Y así sucedió que luego de sacar a suertes a quien le tocaba ir arriba de quien, todos los animales se subieron uno arriba del otro hasta formar una tambaleante, pero altísima, torre de conejos y patos y ardillas y zorros y un montón de otras especies que vivían en el bosque.

La torre empezó a caminar por el bosque con la lechuza a la cabeza que gritaba:

¡Saltarina! ¡Saltarina! ¡Te extrañamos hasta en la cocina!

Escondida en su árbol el hada vio venir la torre movediza en donde todos los animales se esforzaban haciendo equilibrio para salir a buscarla. No pudo evitar la risa.

Se rió con una risa de campanitas que es la risa de las hadas, y que suena mucho más linda después de un enojo. La risa de Saltarina inundó el bosque y los animales, a pesar de que no la veían se dieron cuenta de que andaba por ahí.

También ellos se contagiaron de su risa y en segundos la torre se derrumbó por el suelo.

Tanto se río Saltarina que se olvidó del enojo y del dolor de pie.

De un salto se bajó del árbol y todos los animales aplaudieron al verla llegar. Algunos que la querían mucho la abrazaban y le daban besos. Ahora se daba cuenta de cuan importante era ella para su bosque y de lo tonta que había sido enojándose sin averiguar bien lo que pasaba.

Para festejar empezó a dar saltos por todo el bosque. Eran tan altos que sintió que casi volaba como las mariposas que tanto le gustaban.

En medio de la confusión el erizo siguió su camino. Había aprendido a mirar bien en dónde se quedaba dormido. De todas formas, se dijo, hay cosas que solo se aprenden cuando alguien nos pincha.

domingo, 4 de julio de 2010

Abrir los ojos

Fausto le tenía miedo a muchas cosas. Al agua, a los bichos, a la gente desconocida, a las personas mayores, al tobogán, a la hamaca, al triciclo y a los fideos con tuco que, según él, parecían gusanos.

Cuando en el verano su familia iba a pasar las vacaciones a la playa, su mamá lo quería llevar a jugar al mar, pero él se quedaba lejos, sentado bajo la sombrilla con remera y medias y zapatillas.

Como le tenía miedo al sol porque quemaba, se quedaba debajo de la sombrilla y no se movía de ahí hasta la hora de volver a su casa.

Tenía muchos juguetes de muchos colores, palas, moldes, baldes, rastrillos y otras cosas de gran utilidad para un chico que necesita divertirse en la playa y por eso había siempre otros nenes que querían jugar con él. Pero Fausto no quería saber nada. Le daba mucho miedo que le robaran un juguete o se lo rompieran.

Como casi no sabía hablar lloraba mucho y así todos se enteraban de las cosas que él no quería hacer.

Si le querían sacar los zapatos para que jugara en la arena, lloraba; si le tocaban un baldecito, lloraba; si el sol entraba por debajo de la sombrilla, lloraba.

Ya en su casa se sentía tranquilo porque podía jugar solo y tomar la leche con galletitas.

Fausto tenía una hermana que siempre andaba por ahí cantando y saltando, pero a él no le gustaba tener una hermana porque a veces la mamá le pedía que le prestara algún juguete y él tenía mucho miedo de que no se lo devolviera nunca más o de que se lo rompiera.

Margarita no entendía muy bien por qué su hermano estaba siempre tan triste o enojado, pero como era el único hermano que tenía andaba siempre buscándolo para jugar, aunque no fuera tan divertido.

Los dos dormían juntos en un cuarto con dos camitas separadas por una mesa de luz chiquita en la que la mamá había colocado uno de esos veladores que dan una luz pálida, debilucha para que uno lo pueda dejar encendido toda la noche.

Porque a lo que más miedo le tenía Fausto, era a la oscuridad.

Por esa razón la mamá lo dejaba dormir con la luz prendida.

De tanto estar con su hermano también Margarita se empezó a asustar cuando llegaba la noche y a pensar que, a lo mejor, algo terrible podía pasar si se apagaban todas las luces.

Por suerte, Margarita le contó todo a su abuela un día que fueron juntas a la plaza. Su abuela, a su vez, le confió un secreto. Gracias a ese secreto Margarita se sentía segura, porque sabía qué hacer si alguna vez se quedaba a oscuras en algún lugar.

Todos le tenemos miedo a la oscuridad, le había dicho la abuela Amelia, pero lo importante es saber esperar la claridad. Vas a ver que cuando todo está oscuro, aunque al principio te parece que no se ve nada, de a poco, la claridad que manda la luna se mete a través de la ventana .

Desde entonces, Margarita andaba tratando de quedarse a oscuras para ver qué pasaba, pero no podía porque ni bien llegaba la noche Fausto prendía la luz enseguida y no había manera de hacerlo cambiar de opinión.

Un noche se despertó sobresaltada escuchando llorar a Fausto que gritaba asustado: ¡La luz, la luz! ¡Mamá se apagó la luz!.

-Ya voy Fausto, le decía la mamá, esperá que se cortó la luz y no se ve nada. Estoy buscando una linterna.

Margarita abrió bien los ojos y se acordó de su secreto. Ahora la voy a ver se decía. Seguro que va a venir.

Como Fausto lloraba mucho Margarita lo agarró de la mano y le dijo:

-Quedate tranquilo y abrí los ojos que ahora en un ratito por esa ventana va a entrar la claridad, me lo dijo la abuela.

¡Buaaaa!, lloraba Fausto. ¡No quiero abrir los ojos! ¡ Tengo miedo! ¡Quiero la luz!

Margarita seguía viendo todo oscuro pero estaba tan emocionada esperando ver la famosa claridad, que se olvidó de tener miedo y por eso tenía los ojos bien abiertos.

De repente unos rayitos de luna empezaron a colarse por las rendijas de la persiana. Era como una neblina blanca. La lucecita comenzó a iluminar de a poco toda la habitación. Pudo ver la forma de las camas y darse cuenta de dónde estaba la puerta, y después la ventana y la cortina.

¡Mirá Fausto! ¡ Mirá la claridad!, le decía. Pero Fausto se negaba a abrir los ojos y pateaba cada vez más fuerte contra el suelo.

- ¡Mamá! ¡Vení¡

Margarita se levantó despacio y tratando de no llevarse nada por delante, llegó hasta la ventana y levantó la persiana un poco. Miles de rayos de luna salieron disparados por todos lados como si fueran fuegos artificiales.

Era verdad, pensó, ahí estaba finalmente la claridad.

En ese momento volvió la luz y la casa se llenó de un fogonazo de electricidad, porque de tanto intentar averiguar qué era lo que estaba pasando, sin querer, los papás habían dejado todas las luces prendidas.

Al fin Fausto abrió los ojos. ¿Volvió la luz? Preguntaba restregándose los ojos rojos de tanto llorar.

¿No la viste? le dijo Margarita.

¿Si no vi qué?, le preguntó mientras se acostaba asegurándose de dejar encendido el velador de noche.

-¡La claridad! Entró por todos lados. Toda la pieza se iluminó.

-¡Mentira! Sos una mentirosa. Lo que pasa es que vos me querés sacar el velador, pero es mío. ¡Mamá! ¡Margarita me quiere sacar el velador!

- Lo único que falta es que ahora se pongan a pelear ustedes dos. Margarita devolvele el velador a tu hermano, ¿No ves que es chiquito y tiene miedo pobre? . ¡Todo el mundo a dormir!

Al fin el silencio invadió la casa una vez más. En la habitación brillaba la luz amarilla del velador de Fausto.

En su cama Margarita cerró los ojos para dormirse, feliz de haber abierto los ojos en medio de la oscuridad.

jueves, 1 de julio de 2010

Algo nuevo para Lola

Lola vivía en un barrio lleno de edificios muy altos. El barrio quedaba en una ciudad muy grande . Todos los barrios de la ciudad eran parecidos.

Por eso a la gente le daba lo mismo vivir en un lugar que en otro, porque todos los barrios eran casi iguales. Eran tan iguales que a veces las personas se confundían y se perdían.

Su papá le contaba que cuando él era chico los barrios eran todos diferentes y en cada uno había plazas llenas de juegos en donde los chicos podían salir a correr y a encontrar amigos. Pero ella no podía ni imaginar algo así, porque nunca lo había visto.

Tampoco había visto la luz del sol , ni el cielo celeste que aparecía en las películas viejas.

Cuando salía a la calle, siempre de la mano de su mamá, solo podía ver la espalda de las personas que se iban y las barrigas de las personas que venían. A veces se detenía a mirar con detalle los botones de los sacos de la gente que cruzaba. Se había dado cuenta de que había muchos tipos de botones, grandes y chiquitos, de mujer y de varón, algunos con formas raras.

Sabía que no tenía sentido mirar para arriba, para arriba solo se veía un enjambre de balcones grises que crecía hasta perderse en más balcones grises.

Al principio miraba también la cara de las personas grandes, pero con el tiempo se había cansado. Era tan aburrido como tratar de diferenciar un edificio de otro, o un barrio de otro. Todas las caras eran iguales.

Serias.

Tristes.

Aburridas.

Preocupadas.

Con la mirada perdida. Hacia adelante.

Ni hacia arriba, ni hacia abajo. Hacia adelante.

Claro que ella nunca estaba adelante, ella era chiquita. Ella siempre estaba abajo.

Pero nadie miraba para abajo.

Se había acostumbrado a andar con el brazo levantado, colgando de la mano de la persona grande que la acompañaba. Pero ya no miraba para arriba, sabía que arriba no había nada para ver, y también sabía que nadie iba a mirar para abajo.

Durante un tiempo intentó ella también caminar mirando hacia adelante, pero el paisaje no cambiaba: espaldas, barrigas, espaldas, barrigas.

Un día, por andar mirando un botón verde con forma de flor que tenía una señora gorda en un saco de lana roja, se tropezó y se cayó al suelo.

- ¿Dónde estabas mirando?, la retó su mamá enojada. Tenés que mirar adonde ponés los pies, le ordenó.

Así fue cómo, desde ese día Lola empezó a caminar mirando el suelo.

Nunca se hubiera imaginado que había tantas cosas para mirar allí abajo.

Papelitos de chocolates o caramelos que la gente tiraba al pasar. Hojas amarillas y secas que se habían caído de los árboles. Monedas que alguien sin darse cuenta había perdido.

Y así, día tras día, cuando iba y volvía del Jardín de Infantes, Lola se entretenía mirando el mundo del suelo, que, después de todo, era el que le quedaba más al alcance de la mano.

Mirando esas cosas, intentaba entender lo que los adultos hacían en un mundo, que para ella quedaba demasiado alto.

Un día se le ocurrió que podía juntar las cosas que iba encontrando en el camino para averiguar qué eran.

Con el tiempo tuvo una buena colección de pedacitos de cordones de zapatos, papeles de chicle, colillas de cigarrillos, piedritas, ramitas, pedacitos de papel, tarjetas de teléfono usadas, y otras cosas más que le parecían muy interesantes.

Aunque Lola no lo sabía su papá siempre espiaba de lejos lo que estaba haciendo, así que cuando se dio cuenta de que a Lola le gustaba coleccionar cosas, decidió buscar algo que fuera especial.

Sin pensar, salió a caminar por la calle. Afuera hacía frío y el viento revolvía los papeles y las hojas que andaban tirados por ahí. Por más que miraba y miraba no encontraba nada que Lola no tuviera en su colección. Así que caminó y caminó durante muchas horas hasta que, finalmente, casi en el límite del barrio, que era casi el límite de la ciudad, consiguió algo diferente: el pétalo de una rosa.

-¡Un pétalo de rosa ! pensó. Desde chiquito que no veo una . Esto sí que le va a gustar, se dijo y decidió volver a su casa.

Cuando llegó ya era tan tarde que Lola dormía . Le dio un beso, dejó el pétalo de rosa junto al resto de las cosas de la bolsita y se fue despacito para no despertarla.

Al día siguiente Lola se dio cuenta enseguida de que había algo diferente entre sus cosas, pero no podía saber ni qué era, ni de dónde había llegado.

- Mirá papá , le dijo en el desayuno, un ratón me regaló una hojita rosada .

El papá sonrió y le dijo: es un pétalo de rosa.

- ¿Qué es una rosa?, le preguntó Lola intrigada, porque en esa ciudad tan gris y sin cielo, ya hacía mucho tiempo que no crecían flores.

En ese momento el papá se dio cuenta de que Lola nunca había visto una.

Hasta ese día, tampoco se había dado cuenta de que, también él extrañaba las rosas, y no solo eso, sino el cielo, y el pasto y muchas otras cosas lindas, que su vida ya no tenía. Pero estaban demasiado lejos. No podía viajar hasta allá con Lola, pero tampoco quería dejarla para ir a buscarlas. Lola era todavía demasiado pequeña para entender.

Durante muchos días anduvo más triste que de costumbre porque no se podía decidir.

Lola no quería que su papá se fuera lejos, pero todos los días volvía a preguntarle por las rosas, porque era muy, pero muy curiosa.

Un domingo, sin que nadie se diera cuenta, el papá de Lola buscó su bicicleta vieja y salió a recorrer las calles todavía dormidas. Quizás encuentre alguna en un balcón cercano pensó. Pero no fue así. Ya no quedaban flores en ese barrio, ni en esa ciudad. Ya no quedaban flores, porque ya nadie se acordaba de las flores.

Andando y andando llegó al límite de los edificios altos, al final de los barrios que quedaban uno al lado de otro y que eran todos iguales. ¡Cuánto tiempo hace que no venía por acá!, se dijo.

El mundo del otro lado era muy extraño, o por lo menos muy diferente al mundo al que se había acostumbrado.

No había calles, ni autos, ni negocios, ni música fuerte por todos lados.

Sintió un poco de frío. Era el viento. Como no había edificios se sentía más fuerte y le pegaba en la cara. Tuvo un poco de miedo porque ya no se acordaba de cómo era vivir al aire libre, pero al rato volvió a su bicicleta y pedaleo con más fuerza que antes.

No tardó mucho en encontrar un paisaje diferente: flores, pájaros, perros y gatos, tortugas y caracoles y muchas otras cosas que no veía desde que era chico. ¡Cómo me gustaría que Lola estuviera aquí conmigo! pensaba, sin dejar de buscar .

Era ya casi de noche cuando las vio: un enorme rosal lleno de rosas rojas de todos los tamaños. Se llevó la más bonita y la guardó cuidadosamente en su mochila.

Al regresar ya era de noche y en su casa todos dormían. En silencio dejó la rosa sobre la almohada de su hija y se fue a la cama.

A la mañana siguiente Lola descubrió la rosa y la agregó a su colección. Era más hermosa que cualquiera de las cosas que había juntado del suelo y por eso la cuidaba mucho.

Su papá, sin embargo, sabía que en el mundo de afuera había muchas cosas hermosas que Lola todavía no había descubierto. Muchas cosas que él también quería volver a ver.

Desde ese día nunca más pudo quedarse quieto en el barrio, que quedaba adentro de la ciudad, en donde todos los barrios se parecían a los otros barrios.

Así, todas las semanas salía a buscar algo nuevo para la colección de Lola, y ella se quedaba esperándolo, aunque a veces tardara un poquito en volver.

El canto de la jirafa

Nunca nadie había escuchado hablar a la jirafa. Durante mucho tiempo la gente del zoológico, y también las mamás y los papás y los chicos que iban de visita, pensaron que las jirafas no hablaban y que así estaba todo bien.

Los demás animales ni siquiera se habían dado cuenta, porque la jirafa, que era la única y verdadera jirafa africana que se había criado en Sudamérica , vivía en una jaula especial, solo para ella.

Desde lejos la veían pasearse con su cuello larguísimo y bien estirado, siempre seria, siempre peinada y prolija, siempre moviéndose lenta y elegante.

Mientras la gente se agolpaba sobre las barandas para verla y le tiraba galletitas ella nunca corría, ni se acercaba demasiado.

Los monos mientras tanto, hacían un tremendo lío, empujándose entre ellos, colgando de las ramas y subiéndose unos encima de los otros.

Desde la jaula de enfrente la miraban curiosos cuando, cansados de tanto saltar y gritar, se desparramaban en el suelo y se daban a la tarea de sacarse los piojos.

Los domingos por la mañana el zoológico se convertía en un verdadero alboroto. Los gallos, encargados de interrumpir el sueño anunciando la salida del sol, quebraban el silencio de la noche con estruendosos y agudos quiquiriquíes. Luego el león, siempre primero en despertarse, rugía haciendo temblar hasta la última ramita de los árboles. Y como si les hubiera dado permiso, todos los animales se lanzaban animados a gruñir o rebuznar o cacarear o cloquear o chillar o a lanzar cualquier sonido que se pareciera lo más posible a un “Buenos días. Tengo hambre. ¿Ya es hora de desayunar?”.

A eso de las diez se abrían las puertas y un sinnúmero de chicos colgando de globos voladores y de adultos tironeados en forma despiadada hacia los muchos kioscos que ofrecían galletitas con formas de animales o juguetes o silbatos o gorros invadía el zoológico murmurando, riendo, cantando, llorando, gritando, protestando o suspirando.

La jaula de Josefina, la verdadera jirafa africana, estaba al final del recorrido, muy cerca de un gran espacio vacío. A veces eso la hacía sentirse todavía más sola. Una vez, recién llegada, cuando era todavía chiquita y las patas flacas se le doblaban, había intentado hablar con los monos. Pero ni siquiera la habían escuchado, era tanto el ruido que hacían y tan ocupados estaban peleando y discutiendo entre ellos.

Los llamó varias veces pero, al ver que nadie la escuchaba dejó de intentarlo y se contentó con mirar y callar. Tanto que se olvidó de cómo era el sonido de su voz y con el tiempo empezó a pensar que debía tener una voz desafinada y afónica y que por eso nadie la quería escuchar. De modo que a pesar de que le hubiera gustado decir muchas cosas, dejó de hablar.

Cuando llegaban las personas ella se asustaba mucho y se quedaba lejos. Ni siquiera se le hubiera ocurrido que, a lo mejor, alguno de ellos estuviera interesado en conversar aunque solo fuera un poco.

Una mañana, unos ruidos extraños la despertaron. Abrió medio ojo y vió que algo nuevo sucedía en el terreno de al lado. Un montón de hombres con palas y máquinas trabajaban colocando un enorme bulto redondo y puntiagudo. ¿Qué sería? ¿Una nueva jaula? ¿Tendría un nuevo vecino? Se restregó los ojos con las patas y miró con más atención, pero pasaron varios días hasta que finalmente pudo comprender de qué se trataba.

¡Una calesita! ¡Una calesita! ¡Mamá, quiero ir a la calesita! Comenzó a escuchar gritar a los chicos. ¡Dale, mamá! ¡Dale! ¡Llevame! ¿Me llevás!

¿Qué estaba pasando? se dijo, mientras se acercaba para mirar con más atención.

También ella, se sintió por un momento parte de la marea de chicos que arrastrados por unos sonidos diferentes querían subirse y dar vueltas sin cesar.

“Al este y al oeste llueve lloverá, una flor y otra flor celeste del Jacaranda” escuchó cantar y el corazón le dio un salto desconocido. Y allí se quedó , toda la tarde, pegadita a la baranda, que ya no le parecía tan peligrosa, mirando a los chicos dar vuelta y repitiendo para si la música y la letra de las canciones, que eso eran, aunque ella no lo sabía.

Esa noche al dormir soñó con el África. Como un susurro se escuchaba el melodioso retumbar de los tambores y entre las ramas de los árboles las aves más hermosas entonaban cantos a distintas voces. Tanta emoción le llenaba el corazón que casi sin quererlo, también ella, Josefina, la verdadera jirafa africana, empezaba a cantar, y su canto no era ronco y desafinado como tantas veces había temido, sino dulce y agudo como el de un jilguero enamorado.

Se despertó de golpe y se dio cuenta de que aún no había salido el sol y de que todos en el zoológico dormían.

Podría intentarlo, pensó para si, sintiéndose segura entre las cuatro paredes de su casa.

Con un hilo de voz lanzó la primera nota, y luego un poco más fuerte la segunda y así hasta que bajito cantó por primera vez la canción entera : “Al este y al oeste llueve lloverá...” No estuvo tan mal se dijo animándose una vez más y un poquito más fuerte. Así cantó y cantó una y otra vez hasta que su voz se hizo fuerte y su canto cálido inundó el zoológico como un río .

Ni el gallo se animó a interrumpir, ni el león a sacudir la melena. Los monos no se acordaron de pelear ni de tirar cáscaras de bananas. Al fin, luego de varias horas de cantar, Josefina decidió salir para tomar un poquito de agua, esperando encontrarse sola como siempre, porque ella estaba segura de que nadie la quería escuchar.

Cuál fue su sorpresa al ver que afuera, los animales del zoológico, y los chicos con sus globos y los papás y las mamás con los brazos llenos de paquetes de galletitas estaban allí para aplaudirla.

Ya no tenía que quedarse sola y callada. Tenía una linda voz y había muchos animales y mucha gente con ganas de escucharla. Orgullosa de su descubrimiento le pidió un favor a los cuidadores. Ahora en su jaula se lee un cartel que dice:

JOSEFINA , LA VERDADERA JIRAFA CANTORA AFRICANA

La guerra de las ciruelas

Una ciruela es una fruta bastante simpática.

No es lo mismo que nos digan que hay de postre “manzanas” o “naranjas” que “ciruelas”.

Las ciruelas son chiquitas, redondas, suavecitas y de un color rojito muy tentador.

Una ciruela puede calmar la sed en verano.

Puede reemplazar un caramelo.

Si está pasada sirve para hacer dulce.

Si se hierve, compota.

Eso lo sabe todo el mundo.

Lo que no todo el mundo sabe es que una ciruela, puede desatar una guerra.

Era verano. Como todos los años, viajábamos a Mar del Plata huyendo del calor de Buenos Aires y no regresábamos hasta marzo, fecha en la que empezaban las clases.

Durante todos esos meses de vida en una casa con jardín, la de mi abuela materna, y más vida en otra casa con más jardín , la de mi abuela paterna, yo no dejaba de hacer planes acerca de la posibilidad de dejar de vivir en un departamento oscuro y cerrado en medio de los ruidos del barrio de Caballito en Buenos Aires .

El cielo, el pasto, los caracoles, el olor de la mañana, el canto de algún gallo que se escuchaba de lejos.

- ¡Mamá! ¿por qué no podemos quedarnos a vivir acá? ¿Por qué no podemos tener una casa? , le decía yo con mis esperanzados ocho años. Y mi mamá, que era soñadora por naturaleza, se sentaba a soñar conmigo y a hacer planes acerca de una posible vida en Mar del Plata, que por supuesto nunca llegó.

Por la tarde solíamos visitar a mi abuela Amelia, la mamá de mi papá . Al contrario de lo que pasaba en la familia de mi mamá, la familia de mi papá estaba llena de tíos abuelos, primos, parientes lejanos y cercanos, esposas de tíos y amigas y amigos y vecinos. Y casi todas las veces que íbamos de visita estaban todos allí tomando un licorcito con poco alcohol y mucha fruta que preparaba mi tía Josefina. Era un licorcito de ciruela, de las ciruelas que daba un árbol enorme y generoso que había en el fondo del jardín.

El jardín tenía tres árboles que daban frutas.

Un manzano.

Un limonero.

Un ciruelo.

El manzano era chiquito y daba unas pocas manzanitas que en general disfrutaba mi abuela. El limonero, como todos los limoneros de buena cepa, daba muchos limones durante todo el año, que se repartían en forma equitativa entre todos los visitantes, por orden de importancia empezando por los parientes más cercanos hasta llegar a los amigos más lejanos.

Pero no pasaba lo mismo con el ciruelo.

De ninguna manera.

El ciruelo era algo especial.

Desde los primeros días de diciembre los invitados se acercaban al jardín para espiar disimuladamente, haciendo cálculos acerca de la cantidad de ciruelas que le tocaría a cada uno cuando llegara el momento del reparto. Todos nos dábamos cuenta, pero nadie decía nada, al menos en voz alta.

Como yo era chica , y nadie me prestaba atención, los escuchaba muchas veces comentar:

“ Mirá ahí va Leopoldo a contar las ciruelas que hay en el árbol.”

O también cosas como:

“Este año no va a pasar lo mismo que el año pasado en que la llorona de Emita se llevó las más dulces y grandes.”

O aún peor:

“Hay que ser amarrete para venir acá a llevarse las ciruelas pudiendo comprarlas en el mercado”

Y entonces yo sabía que la guerra ya estaba comenzando.

La primera señal era la aparición de las primeras y mejores en un plato que mi abuela ponía en el centro de la mesa del comedor. Al pasar y de modo distraído cada uno hacía sus comentarios:

¡Parece que este año el árbol está dando muy lindas ciruelas!

¡ Las del año pasado eran más rojas y grandes, claro que a mi me tocaron solo unas pocas !

o también:

¿ Ya empezaron a madurar las ciruelas ? Mirá vos, casi no me había dado cuenta.

Mientras, y aprovechando la guerra de miradas y sobreentendidos que empezaba a desatarse, yo agarraba la ciruela más grande del plato y con la complicidad de mi abuela iba hasta la cocina para lavarla en la pileta y comérmela sentada en un banquito que había, escondido al costado de una mesa con mantel verde de plástico.

Amelia, sonriendo me decía : ¿Viste que roja está por adentro ? ¿Está rica? Yo asentía con la cabeza , sabiendo que no debía hablar de más, porque esto era un secreto entre ella, la ciruela y yo.

Fue justo el verano en que cumplí ocho años, cosa de la que me acuerdo muy bien porque me habían cambiado del colegio del barrio a un colegio muy caro que quedaba en el centro y que me daba dolor de estómago con solo llegar a la puerta

Ese año el reparto de ciruelas había comenzado un poco antes de lo acostumbrado, quizás porque había menos en el árbol, quizás porque mi abuela quería evitar los problemas de siempre. ¡Pobre! Todavía la recuerdo armando bolsitas en la cocina, tratando de contentar a hijos, hermanos y otros parientes que se consideraban merecedores de las tan codiciadas frutas.

Siempre había alguno que no quedaba conforme.

Siempre había alguno que llegaba tarde.

Siempre alguno se quejaba.

Lo que nunca me hubiera imaginado era que ese año la descontenta iba a ser mi mamá.

La guerra se había desatado y la artillería se preparaba en mi casa.

- ¿Te fijaste que le estuvo pasando una bolsa a Leopoldo a escondidas? , le decía a mi papá mientras íbamos en el auto de vuelta a casa.

Mi papá, que era experto en ignorar las tormentas que desataba mi mamá por motivos domésticos le contestaba con su acostumbrado:

- Y bueno, Martita, no importa...son ciruelas nada más....

Terrible error que aumentaba el “efecto indignación” de mi mamá que comenzaba a sospechar una confabulación en su contra tramada entre mi papá , sus tíos y sus padres.

Fue llegar a la casa y que mi mamá se arrojara al teléfono, que era uno de esos negritos con el marcador redondo de agujeritos.

De todo le dijo a mi abuela. Menos linda, de todo.

Pero no terminó ahí la cosa, porque media hora más tarde llegaban mis abuelos con una enorme cesta de ciruelas destinada a hacer las paces con mi familia.

Mi hermano y yo mirábamos quietitos sentados en un sillón que había al lado de la ventana.

Atrás en un fitito azul llegaban también mis tíos Leopoldo y Beatriz. Y cuando ya todos se habían bajado de los autos y se dirigían a la puerta vimos llegar también a Emita y su marido.

Ellos afuera, nosotros adentro. Cada uno evaluaba sus armas y estrategias.

En la calle, los tíos convencían a mi abuela de lo innecesario de “desperdiciar” tantas ciruelas para hacer las paces con mi mamá.

En casa, mi mamá aseguraba que daría vuelta la cesta entera en la cabeza de mi abuelo Arturo.

Timbre.

No se bien qué pasó. Fue todo tan rápido.

Cuando llegué a la puerta , montones de ciruelas rodaban por ahí, o habían quedado aplastadas contra algo. Al parecer o mi mamá no tenía buena puntería, o mi abuelo era bueno esquivando.

Una vez las ciruelas en el suelo, ya no había botín de guerra.

¡Las ciruelas! , fue lo último que escuché gritar antes de entrar.

Todos se miraban, inmóviles, incapaces de reaccionar. Solo mi abuela con la cesta en las manos empezó a juntar las ciruelas caídas.

Mi hermano y yo la ayudamos sin que nadie nos lo pidiera.

¿Qué vamos a hacer con esto abuela?, le pregunté mientras depositaba algunas que habían quedado bastante abolladas.

- Dulce, me contestó. Y esta vez, espero que alcance para todos.

- ¿Te puedo ayudar? le dije.

- Claro que sí , me respondió, esta noche lo hacemos juntas.

Salieron como veinte frascos de dulce de ciruela. Todos quedaron contentos y pronto volvieron a compartir las tardes como si nada hubiera pasado.

Yo no me daba cuenta, pero ahora lo sé.

Ese día ella me enseñó a ganar las guerras, con armas de mujer.