jueves, 14 de octubre de 2010

Buscando al Hada Saltarina

Entre todas las hadas del bosque Saltarina era la que estaba más ocupada. Gracias a ella se encendían las estrellas a la noche y los pichones perdidos volvían a sus nidos a la hora de dormir.

Las ranas de la laguna la miraban con envidia y a escondidas practicaban todas las piruetas que la veían hacer saltando y danzando por el aire.

Muchas flores se volvían más altas al verla pasar de tanto que se estiraban para contemplar cómo llevaba el polen de unas plantas a otras haciendo nacer a su alrededor pimpollos multicolores.

Hasta la lluvia esperaba que Saltarina tuviera tiempo de subir el sol para hacer surgir de la oscuridad un brillante arco iris al pie del cual, todos lo animales del bosque iban a pedir sus deseos.

Saltarina estaba siempre muy atareada y no se daba cuenta de la felicidad que dejaba a su paso, ni de lo importante que era para todos los habitantes del bosque.

A veces le dolían los pies de tanto andar en puntas y se iba a descansar a la orilla del arroyo. Se sacaba las zapatillas y metía los pies en el agua mientras los pececitos nadaban haciendo burbujas a su alrededor.

Mientras descansaba los peces la llamaban: ¡Saltarina! , pero ella no escuchaba porque se distraía contemplando las mariposas que volaban. ¡Qué bueno sería ir de un lado para el otro sin tener que saltar para llegar al cielo!, pensaba y se entristecía un poquito.

Si fuera mariposa, se decía, no tendría que andar esforzándome tanto y todos disfrutarían con tan solo verme pasar. En cambio yo, me esfuerzo todo el tiempo y nadie se da cuenta de mi presencia.

Y así, a pesar de que todos en el bosque la querían, el Hada Saltarina se sentía sola y estaba convencida de que nadie notaba todas las cosas buenas que hacía.

Un día, mientras ella descansaba en el arroyo, llegó al bosque un erizo. Tenía el cuerpo lleno de púas pinchudas. Era redondo como una pelota. Venía viajando de muy lejos y estaba muy cansado. El no tenía otra forma de andar que arrastrarse con sus patas cortas por el suelo y por más que levantara la mirada era muy difícil que viera algo más que las raíces de los árboles y las plantitas del borde del sendero.

Al llegar al bosque de Saltarina se sintió muy bien, porque todo estaba cuidado y ordenado. ¡Qué lindo lugar para hacer una siestita! , se dijo. Y sin pensarlo dos veces se durmió en el medio del camino.

Saltarina se alejó del arroyo mientras perseguía una mariposa de alas lilas con manchitas verdes que le había llamado mucho la atención. De golpe la mariposa se posó en una rama muy alta de un árbol y ella sin pensarlo dos veces, pegó un salto más alto aún, para verla de cerca:

¡Hola Mariposa , le dijo, bienvenida a mi bosque!

Pero al bajar, ¡qué dolor! Sus pies descalzos cayeron sobre el erizo que dormía plácidamente en el camino.

¡Ay! ¡Mis pobres pies! Lloraba Saltarina ¿Quién puso acá esta pelota pinchuda? ¿Qué hace este monstruo en mi bosque? ¿Cómo puede ser que lo hayan dejado entrar?

Saltarina lloraba y gritaba, gritaba y lloraba.

Tanto lloraba que el erizo se despertó de su profundo sueño y empezó a hablar en lenguaje de erizo, que era el único que sabía, diciendo:

¿Quién me pisó mientras dormía?

Saltarina indignada y enojada agarró al erizo a patadas para tratar de sacarlo del bosque. Pero más le pegaba y más se llenaban sus pies de púas afiladas.

El erizo, no sabía qué hacer para disculparse pero no podía dejar de pinchar, porque estaba en su naturaleza de erizo. Rodando, rodando se escondió debajo de una piedra y allí se quedó espiando lo que sucedía.

Saltarina tenía todos los pies lastimados y estaba muy enojada con los animales del bosque porque pensaba que ellos tenían la culpa de todo por haber invitado al erizo a visitarlos.

¡Cómo puede ser que nadie haya pensado que me podía pinchar!

Triste y dolorida se subió a un árbol muy alto y se quedó dormida.

Cuando se despertó, a la mañana, seguía muy enojada. Le dolían los pies pero no quería pedir ayuda a ninguno de los animales. Ya no podía saltar, de modo que, seguramente, a nadie le importaría nada de ella.

Me voy a quedar a vivir en el árbol y no voy a bajar nunca más, pensó mientras miraba cómo el día iba despertando a las flores que ya la estaban esperando para desayunar y cómo las mamás dejaban a sus pichones en el nido para ir a buscar comida sabiendo que Saltarina los iba a cuidar.

Al mediodía todos en el bosque se habían dado cuenta de que Saltarina no estaba por ninguna parte. Nadie sabía muy bien qué había pasado. Preocupados se organizaron en grupos para salir a buscarla:

¡Saltarina! ¿Dónde estás?, gritaban a coro. Pero no había respuesta.

Mientras tanto el erizo, que seguía escondido, no se animaba a salir para contar lo que había sucedido.

A la noche todo el bosque se había reunido en asamblea. Discutían y discutían pero no se ponían de acuerdo en nada. El conejo decía que si el Hada Saltarina no aparecía él podía saltar un poquito.

¡Qué vas a saltar vos!, le respondía la langosta, yo tengo patas más largas y soy más flaca.

Luego de muchas horas de discutir, llegaron a una sola conclusión: el bosque no sería el mismo sin ella y nadie podría reemplazarla. Entristecidos decidieron regresar a sus hogares y muchos se pusieron a llorar porque la querían mucho.

Justo en ese momento, el erizo decidió salir de su escondite:

- Perdón , dijo en lenguaje de erizo y todos se asustaron un poquito.

- Yo sé lo que le pasó al Hada Saltarina

Un ¡Ooooohhhhhh! de exclamación llenó todo el bosque.

- Todo es culpa mía. Estaba durmiendo en el camino y ella me pisó.

¡Ooooohhhhh! volvieron a decir todos los animales.

- Pero no fue con mala intención. Es que yo soy así. No lo puedo evitar.

Todos se pusieron a hablar al mismo tiempo. A cada uno se le ocurría una idea distinta. Algunos pensaban que Saltarina se había escondido, otros que se había ido para siempre..

Finalmente habló la lechuza que, como todos saben, es el animal más sabio de los animales del bosque:

- Si no está en el suelo, de seguro está en el cielo.

Ooooohhhhh!!!!! Volvieron a exclamar todos los animales al mismo tiempo.

- Si en el piso no aparece, una escalera se merece, terminó diciendo mientras giraba la cabeza en todas direcciones para que todos la escucharan bien.

Este es momento de aclarar a los lectores que en los bosques no hay escaleras y mucho menos en el bosque del Hada Saltarina en donde las escaleras no hacían falta para nada.

- Si cada uno se sube a hombros del otro en algún momento seremos altos como los saltos de Saltarina, propuso el zorro, acostumbrado a sortear dificultades para salirse con la suya.

Y así sucedió que luego de sacar a suertes a quien le tocaba ir arriba de quien, todos los animales se subieron uno arriba del otro hasta formar una tambaleante, pero altísima, torre de conejos y patos y ardillas y zorros y un montón de otras especies que vivían en el bosque.

La torre empezó a caminar por el bosque con la lechuza a la cabeza que gritaba:

¡Saltarina! ¡Saltarina! ¡Te extrañamos hasta en la cocina!

Escondida en su árbol el hada vio venir la torre movediza en donde todos los animales se esforzaban haciendo equilibrio para salir a buscarla. No pudo evitar la risa.

Se rió con una risa de campanitas que es la risa de las hadas, y que suena mucho más linda después de un enojo. La risa de Saltarina inundó el bosque y los animales, a pesar de que no la veían se dieron cuenta de que andaba por ahí.

También ellos se contagiaron de su risa y en segundos la torre se derrumbó por el suelo.

Tanto se río Saltarina que se olvidó del enojo y del dolor de pie.

De un salto se bajó del árbol y todos los animales aplaudieron al verla llegar. Algunos que la querían mucho la abrazaban y le daban besos. Ahora se daba cuenta de cuan importante era ella para su bosque y de lo tonta que había sido enojándose sin averiguar bien lo que pasaba.

Para festejar empezó a dar saltos por todo el bosque. Eran tan altos que sintió que casi volaba como las mariposas que tanto le gustaban.

En medio de la confusión el erizo siguió su camino. Había aprendido a mirar bien en dónde se quedaba dormido. De todas formas, se dijo, hay cosas que solo se aprenden cuando alguien nos pincha.