jueves, 1 de julio de 2010

El canto de la jirafa

Nunca nadie había escuchado hablar a la jirafa. Durante mucho tiempo la gente del zoológico, y también las mamás y los papás y los chicos que iban de visita, pensaron que las jirafas no hablaban y que así estaba todo bien.

Los demás animales ni siquiera se habían dado cuenta, porque la jirafa, que era la única y verdadera jirafa africana que se había criado en Sudamérica , vivía en una jaula especial, solo para ella.

Desde lejos la veían pasearse con su cuello larguísimo y bien estirado, siempre seria, siempre peinada y prolija, siempre moviéndose lenta y elegante.

Mientras la gente se agolpaba sobre las barandas para verla y le tiraba galletitas ella nunca corría, ni se acercaba demasiado.

Los monos mientras tanto, hacían un tremendo lío, empujándose entre ellos, colgando de las ramas y subiéndose unos encima de los otros.

Desde la jaula de enfrente la miraban curiosos cuando, cansados de tanto saltar y gritar, se desparramaban en el suelo y se daban a la tarea de sacarse los piojos.

Los domingos por la mañana el zoológico se convertía en un verdadero alboroto. Los gallos, encargados de interrumpir el sueño anunciando la salida del sol, quebraban el silencio de la noche con estruendosos y agudos quiquiriquíes. Luego el león, siempre primero en despertarse, rugía haciendo temblar hasta la última ramita de los árboles. Y como si les hubiera dado permiso, todos los animales se lanzaban animados a gruñir o rebuznar o cacarear o cloquear o chillar o a lanzar cualquier sonido que se pareciera lo más posible a un “Buenos días. Tengo hambre. ¿Ya es hora de desayunar?”.

A eso de las diez se abrían las puertas y un sinnúmero de chicos colgando de globos voladores y de adultos tironeados en forma despiadada hacia los muchos kioscos que ofrecían galletitas con formas de animales o juguetes o silbatos o gorros invadía el zoológico murmurando, riendo, cantando, llorando, gritando, protestando o suspirando.

La jaula de Josefina, la verdadera jirafa africana, estaba al final del recorrido, muy cerca de un gran espacio vacío. A veces eso la hacía sentirse todavía más sola. Una vez, recién llegada, cuando era todavía chiquita y las patas flacas se le doblaban, había intentado hablar con los monos. Pero ni siquiera la habían escuchado, era tanto el ruido que hacían y tan ocupados estaban peleando y discutiendo entre ellos.

Los llamó varias veces pero, al ver que nadie la escuchaba dejó de intentarlo y se contentó con mirar y callar. Tanto que se olvidó de cómo era el sonido de su voz y con el tiempo empezó a pensar que debía tener una voz desafinada y afónica y que por eso nadie la quería escuchar. De modo que a pesar de que le hubiera gustado decir muchas cosas, dejó de hablar.

Cuando llegaban las personas ella se asustaba mucho y se quedaba lejos. Ni siquiera se le hubiera ocurrido que, a lo mejor, alguno de ellos estuviera interesado en conversar aunque solo fuera un poco.

Una mañana, unos ruidos extraños la despertaron. Abrió medio ojo y vió que algo nuevo sucedía en el terreno de al lado. Un montón de hombres con palas y máquinas trabajaban colocando un enorme bulto redondo y puntiagudo. ¿Qué sería? ¿Una nueva jaula? ¿Tendría un nuevo vecino? Se restregó los ojos con las patas y miró con más atención, pero pasaron varios días hasta que finalmente pudo comprender de qué se trataba.

¡Una calesita! ¡Una calesita! ¡Mamá, quiero ir a la calesita! Comenzó a escuchar gritar a los chicos. ¡Dale, mamá! ¡Dale! ¡Llevame! ¿Me llevás!

¿Qué estaba pasando? se dijo, mientras se acercaba para mirar con más atención.

También ella, se sintió por un momento parte de la marea de chicos que arrastrados por unos sonidos diferentes querían subirse y dar vueltas sin cesar.

“Al este y al oeste llueve lloverá, una flor y otra flor celeste del Jacaranda” escuchó cantar y el corazón le dio un salto desconocido. Y allí se quedó , toda la tarde, pegadita a la baranda, que ya no le parecía tan peligrosa, mirando a los chicos dar vuelta y repitiendo para si la música y la letra de las canciones, que eso eran, aunque ella no lo sabía.

Esa noche al dormir soñó con el África. Como un susurro se escuchaba el melodioso retumbar de los tambores y entre las ramas de los árboles las aves más hermosas entonaban cantos a distintas voces. Tanta emoción le llenaba el corazón que casi sin quererlo, también ella, Josefina, la verdadera jirafa africana, empezaba a cantar, y su canto no era ronco y desafinado como tantas veces había temido, sino dulce y agudo como el de un jilguero enamorado.

Se despertó de golpe y se dio cuenta de que aún no había salido el sol y de que todos en el zoológico dormían.

Podría intentarlo, pensó para si, sintiéndose segura entre las cuatro paredes de su casa.

Con un hilo de voz lanzó la primera nota, y luego un poco más fuerte la segunda y así hasta que bajito cantó por primera vez la canción entera : “Al este y al oeste llueve lloverá...” No estuvo tan mal se dijo animándose una vez más y un poquito más fuerte. Así cantó y cantó una y otra vez hasta que su voz se hizo fuerte y su canto cálido inundó el zoológico como un río .

Ni el gallo se animó a interrumpir, ni el león a sacudir la melena. Los monos no se acordaron de pelear ni de tirar cáscaras de bananas. Al fin, luego de varias horas de cantar, Josefina decidió salir para tomar un poquito de agua, esperando encontrarse sola como siempre, porque ella estaba segura de que nadie la quería escuchar.

Cuál fue su sorpresa al ver que afuera, los animales del zoológico, y los chicos con sus globos y los papás y las mamás con los brazos llenos de paquetes de galletitas estaban allí para aplaudirla.

Ya no tenía que quedarse sola y callada. Tenía una linda voz y había muchos animales y mucha gente con ganas de escucharla. Orgullosa de su descubrimiento le pidió un favor a los cuidadores. Ahora en su jaula se lee un cartel que dice:

JOSEFINA , LA VERDADERA JIRAFA CANTORA AFRICANA

No hay comentarios:

Publicar un comentario