sábado, 26 de junio de 2010

Cuentos de estacion III

CUENTO DE PRIMAVERA

La casa nueva era todo un misterio para Rosario. ¡Cuánto espacio desconocido! Cada rincón era un mundo para descubrir. Subía y bajaba la escalera tratando de recordar donde estaban las cosas.

En la familia todos estaban ocupados con la mudanza. La mamá iba y venía guardando la ropa en los armarios. El papá colgaba bombitas y arreglaba enchufes. Hasta Nicolás, el hermano mayor, ayudaba cargando bultos. Todo estaba lleno de canastos y el bebe gateaba entre las cosas revolviéndolo todo.

¡Qué lío!

Corriendo entre las cajas llegó a un lugar que parecía ser la cocina. Debía ser la cocina porque se parecía bastante a la de la otra casa. Además allí habían puesto la heladera.

En realidad lo que ella buscaba desde que llegaron era el patio, el famoso patio donde iba a poder correr y andar en bicicleta. De repente lo vio por la ventana. Pero era muy alta y además no podía salir por la ventana. Buscó a su alrededor hasta que al fin vio la puerta. La emoción hizo que tardara unos segundos en atravesarla corriendo. ¡ Ya estaba allí!

Iba y venía. Daba vueltas, saltaba, no podía parar de correr. Era como si quisiera atrapar todo el espacio para ella. Al fin se sentó cansada contra la pared.

- Chst! chst! - escuchó de repente. Miró a su alrededor pero no vio nada.

- Pst! Pst! - Otra vez parecía que alguien la llamaba.

Volvió a mirar , pero a su alrededor no había nadie. Solo esa florcita medio caída. Se acercó para mirarla bien.

- Soy yo que te estoy llamando - dijo la flor.

Rosario abrió los ojos. Nunca había visto que una flor hablara. Claro que la señorita en el jardín había contado muchas veces cuentos de flores habladoras. Pero esos eran cuentos . . .

Se restregó los ojos para verla bien y vio que era de color rosa.

- Me llamo Rosalía - dijo la flor - y desde que nací nadie vino a verme... Estoy tan triste aquí , sin que nadie me cuide...

- No te hagas problema, le dijo Rosario, ahora que vinimos a vivir aquí seguro que mi mamá te va a cuidar.

- ¿ Tu mamá? - preguntó Rosalía algo sorprendida.

- Claro, mi mamá cuida las plantitas.

- No, no entendiste. La gente grande tarda mucho en vernos. Primero tiene que arreglar la casa, hacer la comida, cuidar los hijitos ... En cambio tú ... tú tienes tiempo libre - sugirió la flor con un poco de timidez.

- ¿Yo? - dijo Rosario - Pero yo no sé cuidar florcitas. ¡ No voy a poder!.-.

- Claro que vas a poder, porque yo te voy a pedir lo que necesito.

¡Rosario, la cena! se escuchó de golpe. La nena se despidió rápido de su amiguita y salió corriendo.

A la noche se durmió nerviosa por lo que había pasado. Nadie era amiga de una flor. ¡Ella sí! Ella tenía como amiga una flor rosa. ¡Qué hermoso!

Durante un mes Rosalía le fue diciendo a Rosario lo que tenía que hacer para cuidarla. Ahora darle agua, ahora tapar el sol, sacar los caracoles que andaban cerca. Cada día se ponía más y más linda. Tan linda que un día la mamá la vio y le dijo: Rosario, ¡Qué hermosa rosa!, ¿ Tú la cuidas?

- Sí - dijo Rosario sin entender porque su mamá llamaba “Rosa” a Rosalía.

Cuando la mamá se fue Rosalía llamó a la nena y le dijo:

- ¿ Falta mucho para el día de la madre? - Rosario no lo sabía pero lo preguntaría en el Jardín.

Al otro día fue corriendo con la noticia: el próximo domingo era el día.

Rosalía se puso seria y dijo:

- El próximo domingo por la mañana me vas a cortar de aquí y me vas a regalar a tu mamá.

- ¿ Cortarte? - preguntó Rosario espantada. ¡¿Cómo cortarte?! No, yo no quiero. Tú eres mía. Además si te corto no vas a estar más ... Las lágrimas le caían de los ojos un poco enojados.

- Pero yo te dije que te iba a ir diciendo qué hacer. Las flores nacimos para ser regaladas. Si nadie nos regala es como si hubiéramos vivido por la mitad. La primavera se acaba y si no me regalas yo me voy a ir igual pero siendo una flor inútil.

Rosario no entendió. A ella no le gustaba la idea. Por otra parte no le parecía bien desobedecer a su amiga ...

El domingo se levantó bien temprano por la mañana, buscó la tijera grande del costurero y fue al jardín. Rosalía la esperaba nerviosa. Antes de que la cortara le dijo: “Mañana cuando vengas aquí habrá una sorpresa”. Rosario no quiso esperar más. Cortó la flor y confiada en su amiga entró corriendo a la cocina donde la mamá preparaba la leche:

- ¡Feliz día mamá! - le dijo mientras le daba la rosa rosa.

- ¡Para mi ! - La mamá no podía creerlo. Abrazó mucho a Rosario y le dio un beso.

- ¡Pero esta es tu florcita!. ¡Muchas gracias! Fue volando a ponerla en un hermoso florero alto.

Desde allí Rosalía adornaba toda la casa.

¡ Qué contenta se puso mamá!, pensaba Rosario. Y yo estoy tan contenta de haberle regalado mi flor.

Pero eso no fue todo porque cada uno de la casa que llegaba a desayunar veía la flor y exclamaba: ¡Qué hermosa! ¿Quién la regaló?

Rosario se sentía orgullosa de su regalo y también de haber obedecido a Rosalía. ¡Era cierto!, las flores se habían hecho para ser regaladas.

Al otro día recordó las últimas palabras de su amiga y corrió al patio. ¡Qué sorpresa! En el lugar de Rosalía había un montón de pimpollitos de rosas.

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