miércoles, 30 de junio de 2010

Secretos de arañas

Había muchas cosas por todos lados.

Papelitos, tapitas de botella, pedacitos de juguetes, lápices sin punta y hasta un chicle pegado debajo de un banquito.

Cada vez que llegaba a su casa, a la noche, después de pasarse todo el día trabajando en la Comisión de Telarañas y Afines, se encontraba con ese desorden y se ponía de muy malhumor.

Ser una araña desprolija es algo muy peligroso, pensaba.

Tanto que se puede hacer un gran lío.

Se puede enredar todo.

Pero sus hijos eran demasiado pequeños y no lo entendían.

Uno de ellos se pasaba el día tirado en un sillón, tocando rock con los hilos de la telaraña del pasillo.

El otro colgaba sus libros de la biblioteca sin importarle si la baba que caía sin tejer mojaba todo el piso y le arruinaba el lustre.

La nena, se colgaba del cable del teléfono y tejía unas telas con forma de espiral que más parecían resortes que telarañas.

“Vos no entendés de modas mamá”, le decía, cuando Musaraña le criticaba la falta de prolijidad del tejido.

El más chiquito no desordenaba tanto porque se pasaba todo el día afuera, jugando al futbol, con unos arcos de telaraña de la mejor calidad que le había regalado su Tío Filiberto.

Musaraña se sentía muy sola.

Pensaba que a nadie le importaba nada de ella.

Nunca nadie la esperaba con la comida lista.

Ninguno le preguntaba si le había ido bien o mal.

Claro que a veces, no aguantaba más y hablaba sola.

Tenía un novio que a veces la llevaba a pasear. Pero nunca tenía mucho tiempo para ella porque cuando era chico se había enredado mucho en los hilos de su telaraña y tenía que pasar muchas horas de su vida desenredándola. A veces cuando ya creía que la había alisado un poquito y se distraía, se le volvía a hacer un nudo y tenía que volver a empezar desde el principio.

Por eso Musaraña les decía a sus hijos que si no se ocupaban de mantener sus telarañas desenredadas ahora que eran jóvenes iban a tener muchos problemas de grandes.

Y así se pasaba la vida intentando que las telarañas de los demás salieran lindas o al menos estuvieran desenredadas. Casi no tenía ni tiempo de mirarse al espejo.

Un día quiso salir a trabajar como todos los días pero no pudo. Por más que movía sus ocho patas para un lado y para el otro, no avanzaba para ningún lado. ¡Tanto ocuparse de las telas de los demás se había olvidado de cuidar de la de ella!

Se miró y se dio cuenta de que la tela que había usado durante toda su vida ya no servía más. Estaba llena de agujeros, se le habían desatado muchos nudos y en algunas partes se había empezado a enredar.

Asustada se fue a visitar a una de sus amigas.

Cuando Lavanda la vio, se puso muy contenta porque como Musaraña siempre estaba muy ocupada, nunca iba a visitar a nadie.

“Esta tela ya no sirve. Vas a tener que tejer una nueva”.

- ¡¿Cómo una nueva?!, se quejó Musaraña. Yo no tengo tiempo de hacer una nueva. Y además, ya estoy vieja. ¿Cómo voy a empezar una tela nueva ahora que ya voy a cumplir como siete años? Las telas nuevas son para las arañas nuevas.

Lavanda se rió mucho de su amiga.

- Pero si yo ya voy por la cuarta tela. Bastante aguantaste vos con esta.

- Es que yo, le confesó Musaraña en voz bajita, ya ni me acuerdo de cómo tejer.

Como a Musaraña le daba mucha vergüenza el que todos se enteraran de lo que había pasado con su tela, Lavanda le ofreció ayudarla en secreto.

En casa de Musaraña nadie entendía por qué la mamá llegaba tarde a la noche, ya no se quejaba tanto de la limpieza y en cambio había empezado a guardar en su pieza un montón de hilos multicolores.

Los nudos nuevos eran difíciles de aprender y había que prestar mucha atención por eso Musaraña empezó a pasar mucho tiempo en silencio concentrada en su nueva tarea.

A veces no atendía el teléfono y otras se olvidaba de lavar los platos.

Los hijos se fueron dando cuenta de que algo nuevo pasaba y empezaron a espiar en secreto para averiguar que era lo que estaba haciendo su mamá.

La tela nueva era rara, no se parecía en nada a la vieja, sin embargo Musaraña notaba que podía volver a mover las patas con facilidad e incluso mucho mejor que antes, porque ahora, cuando nadie la veía, hasta daba pequeños saltitos.

Como cada vez le interesaba más su tela nueva se hizo muchas amigas que le enseñaban puntos diferentes. A todas les gustaba mucho esta idea de la telaraña multicolor y muchas de las arañas del lugar la empezaron a imitar.

Con el tiempo las casas del pueblo se llenaron de telarañas multicolores, brillantes y sedosas. Tan lindas eran, que las amas de casa del lugar ya no las querían limpiar y las dejaban como adorno.

La casa de Musaraña se convirtió en un gran taller de tejido y por el suelo estaba lleno de pedacitos de lana, de hilitos, de ganchitos y de agujas.

En verdad seguía estando todo bastante desordenado, incluso un poquito más que antes, pero a Musaraña ya no le importaba, había aprendido que todo lo que se enreda se puede desenredar y que siempre se puede empezar a tejer de nuevo.

1 comentario:

  1. Que hermoso!!! Cualquier parecido con la realidad es ficción. Me parece que conozco a Musaraña y a sus hijos. Todos tendriamos que aprender a tejer nuestra propia tela siempre con una sonrisa en el rostro. Un beso. Te quiero. María Celeste.

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