sábado, 26 de junio de 2010

Cuentos de estacion II

CUENTO DE INVIERNO

Hacía mucho frío aquella mañana. Las cosas parecían de hielo y el sol, tímido, apenas brillaba allá alto, demasiado alto. Nicolás se puso los guantes y la bufanda y salió camino a la escuela como todos los días.

En la calle, casi desierta, una señora baldeaba la vereda y otros chicos como él, caminaban rápido, las espaldas cargadas y una monotonía solo interrumpida por las “burbujas” de humo de la respiración agitada.

Otra vez el mismo discurso del Director, siempre serio, bien parado. Realmente no era interesante ...

Una campana lo hizo levantar automáticamente su mochila y caminar, todavía dormido hasta el aula.

Mientras sacaba sus cosas, Alberto, un poco más despierto planeaba a gritos el campeonato de fútbol. Carlitos y César hablaban del último recital de rock. Parecía que nada nuevo iba a pasar hoy, ... que nunca iba a pasar nada nuevo. Y sin embargo todas las mañanas tenía esa misma ansiedad, el presentimiento de esperar algo que todavía no había sucedido.

Beatriz pasó lista y comenzó a hablar. Nicolás fijó su mirada en la lámina del espacio que colgaba al lado del pizarrón. Los meteoritos pasaban a toda velocidad entre los planetas. La luna, cada vez más cerca, era una enorme bola sin forma. Cada estrella fugaz lo encandilaba. No veía bien por donde iba. De repente una enorme nave apareció frente a sus ojos. ¡Se iba a estrellar! ¡Rin! ¡Rin!

El timbre del recreo lo volvió otra vez a la realidad.

- ¡La pelota! ¿Trajiste la pelota?! - gritaba Alberto entusiasmado. Por suerte nadie había notado su pequeño viaje al espacio exterior.

El partido lo despertó del todo, hasta le dio hambre y recordó que hoy tampoco había desayunado. Se comió el alfajor de la abuela y entró a clase.

Esta vez fue Marta la que empezó con su clase de matemática. Los números bailaban de una punta a la otra del pizarrón. Sumar, restar, sumar ... Nicolás ya se había sentado en su escritorio de banquero del oeste. Contaba dinero y daba órdenes a los empleados que corrían de una lado a otro. Por la ventana los indios se acercaban con cara de pocos amigos...

- Su prueba ¡Señor! - escuchó de pronto. La maestra lo miraba seria. El no entendía por qué , hasta que vio el terrible dos grande y en rojo al final de la hoja.

En ese momento se dio cuenta de que todos a su alrededor protestaban alborotados. Sólo unos pocos sonreían satisfechos. Se dio vuelta bruscamente, como si se hubiera acordado de algo, y buscó entre las caras de sus compañeros. Allá lejos , en el banco de la ventana estaba Tomás. Siempre sonriente. Para él estar en la escuela no era un problema. No solo se sacaba buenas notas sino que también le daba por ayudar al aburrido de Jorge que nunca entendía nada o borrar el pizarrón o escuchar con atención las largas explicaciones del profesor de historia. Debía ser un aburrido o un miedoso. Un aburrido, bien aburrido, se repetía Nicolás mientras guardaba el dos bien escondido dentro de la mochila.

La última hora era la de música. El himno al maestro. ¡Por Dios! ¡El día de hoy no pasará nunca!. Los dedos del profesor bailaban ágiles sobre el piano y la flauta ya se había convertido en micrófono. Ahora Nicolás cantaba rock frente a un gran público que lo aclamaba a gritos.

De golpe un terrible trueno lo sobresaltó. Una fuerte lluvia golpeaba las ventanas. Justo a la hora de salir y sin paraguas. Esto era el broche de oro del día.

El timbre sonó como siempre y todos se prepararon para irse. Cuando la puerta se abrió el aluvión de chicos inundó la calle. Entre los apretujones Nicolás logró llegar a la esquina. La lluvia cada vez más fuerte no lo dejaba ver. La mochila pesaba el doble. La ropa húmeda se le pegaba al cuerpo. De repente el suelo se movió bajo sus pies. Patinaba y patinaba sin poder frenar la caída. De golpe se dio cuenta de que no era el único. Tomás, que acababa de tropezarse con la mochila caída de Nicolás, se resbalaba igual que él. Sin poder mantener el equilibrio chocaron uno con el otro y terminaron en medio de un gran charco de barro.

-¡Pero qué tonto eres ! – protestó Nicolás

-El tonto eres tú, yo no me hubiera caído sino hubieras dejado esa mochila en el suelo! – replicó Tomás mientras se secaba las manos en el guardapolvo.

- Yo no “dejé la mochila”,... es evidente que se me cayó al suelo... – respondió Nicolás molesto.

-¡Qué raro! , ¿no?! ¿Es que nunca puedes hacer “nada” bien? – dijo Tomás refiriéndose a la fama de “chico revoltoso” de Nicolás.

-¿Y tú? ¿Qué? ¿Nunca te equivocas? ¿Eres perfecto? ¿eh? - lo desafió Nicolás mientras se acomodaba la ropa mojada.

-Por lo menos lo intento ...., aunque no sé si me gusta – contestó Tomás que ya había empezado a calmarse del enojo.

Nicolás se sorprendió. - Bueno, a mi tampoco me gusta ser “ el que trae las malas notas” – se sinceró Nicolás- pero cuando pienso en los deberes o en hacer las compras ... lo único que se me ocurre es encontrar una buena excusa para no hacerlos. Claro que eso me trae problemas en casa y en la escuela ... pero ... los prefiero. - Nicolás se frenó de golpe. Estaba hablando demás. ¿ Por qué estaba diciendo todo eso? Miró a Tomás esperando ver alguna mueca burlona, pero no fue así. Su compañero escuchaba con respeto, es más parecía estar esperando algo más Esto lo decidió a continuar:

- No es cierto que prefiero los problemas. Pero las cosas que pasan todos los días me aburren ... En cambio a vos parece que te gustan.

Tomás se sorprendió. Lo miró con lo grandes ojos grises. Nunca hubiera imaginado que el revoltoso este pudiera decir algo así . El que siempre lo había considerado un atropellado.

- ¿ A mi? No , a mi tampoco me gustan, solo que sé que es mejor hacer y después descansar ... A mi lo que sí me gustaría es que fuéramos amigos - sugirió Tomás casi con temor.

-¿ Tu amigo? repitió Nicolás. La propuesta lo dejó boquiabierto. Ser amigo del mejor alumno, él, que era un vago con diploma . Esto sí que era interesante. Nadie lo iba a poder creer. Después de todo no había sido tan mala la lluvia. Miró a Tomás y le sonrió.

-¿Por qué no? ¿A vos, te gusta el rock? – le dijo mientras cargaba la mochila, todavía mojada y empezaba a caminar junto a Tomás.

Ese día Nicolás comprendió que en la escuela había muchas cosas interesantes para descubrir.


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